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Channel: El blog de Campo (Huesca)

Novela por entregas. 3

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 Capítulo 3

EL SEÑOR DE LA GARRAFITA


La fuente la Coma

- Buenos días, señora -saludó el desconocido esbozando una sonrisa un poco forzada. - ¿Se acuerda de mi? - continuó, queriendo parecer simpático. - Ayer a mediodía la molesté a la hora de la siesta, pues pensé que esto era un restaurante... Le pido disculpas. El caso es que fui a comer donde Vd. me recomendó, y decidí quedarme aquí dos o tres días, para descansar. La verdad es que me dio pereza continuar hasta Benasque, en la fonda se come bien y la gente del pueblo es muy amable.

- Pues me alegro de que se encuentre  bien por aquí -contestó mi madre un poco cortante, tanto que ella misma pensó que había sido poco amable y se animó a añadir algo más:

 - ¿Qué, a la fuente? - le preguntó señalando la garrafa que llevaba su interlocutor.

- Pues sí, como me han hablado tanto de lo buena que es el agua y me han prestado la garrafita, pues así mato dos pájaros de un tiro, camino un poco y bebo agua, que las dos cosas dicen que son buenas para la salud... 


Pero antes de que hubiera terminado de hablar, mi madre ya estaba dándole la espalda mientras le decía:

- Pues ¡ánimo! ¡No se canse mucho! - Y se metió dentro de la casa sin volver la cabeza.

Y es que mamá era una mujer de intuiciones y algo levantaba las alarmas en su persona cada vez que veía a aquél tipo.  No es que fuera mal educado, pero había un no sé qué en su manera de mirar  y de hablar que sonaba falso, que la intranquilizaba. Lo primero que pensó en aquél momento, fue en que mi padre todavía no se había encontrado con el visitante pegajoso... Le gustaría que lo viera para saber su opinión. Y la ocasión no se hizo esperar mucho.

No habían pasado ni dos horas desde que mi madre tuvo la conversación con el turista del año, que así lo bautizó ella, cuando el aludido ya regresaba de la fuente y volvía a pasar por delante de casa, cargado con el líquido elemento. Miraba y miraba alrededor, probablemente para ver si veía a mi madre y poder engancharse otra vez en una de esas charlas insulsas, pero no la veía por ninguna parte. Si que se topó con la figura de mi padre, que estaba sentado en la terraza leyendo "La Vanguardia". No estaba muy seguro de si era una buena idea abordarlo ya o si era mejor esperar otro momento, pero, finalmente, el veraneante decidió no dejar pasar la ocasión.

Antes de pararse delante de él, al otro lado de la valla, le miró de soslayo varias veces, impresionado por el aspecto elegante que mi padre tenía. ¿Seguro que este caballero es el marido de la mujer que conozco? se preguntaba. Según las referencias que había conseguido no había ninguna duda, pero no pegaban mucho como pareja, se dijo.

Como se estaba alargado un poco más de la cuenta la decisión de intervenir o no intervenir, el hombre decidió pasar ya al "ataque".    

- Disculpe que le moleste -le dijo a mi padre, que apenas alzó los ojos hacia él- esta mañana he tenido el gusto de hablar con su señora y no he pensado en decirle que, si quieren, puedo dejarles la garrafita de agua para Vdes. La verdad es que yo estoy hospedado en la Fonda y tampoco bebo tanto, lo que de verdad me gusta es andar y disfrutar del paisaje. Mañana pienso volver.

Mi padre se sintió obligado a mostrarse amable con aquél desconocido tan generoso y, sin levantarse del sillón, le preguntó:

- El agua, ¿es de la Fuente de la Coma?

- Sí, de allí mismo. Parece mentira que salga tan fresca y parece ser que tiene muchas propiedades... 

- Me alegro de que le haga tan buena propaganda. Ya le diré a mi mujer que ha preguntado por ella, no se por dónde parará ahora - añadió mi padre, como rematando la conversación.

- De acuerdo, ya hablaré con ella en otro momento. Aún estaré unos días por aquí. Hasta otro rato. - Se despidió el misterioso interlocutor.

- Adiós y ¡gracias! -dijo mi padre, volviendo a la lectura del periódico, no sin haberle pasado por la cabeza, como un relámpago, la impresión de que ya conocía a ese hombre.



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Capítulo 4

AL DÍA SIGUIENTE...


Cuando mi madre salió a la terraza a cuidar sus plantas, intuía que en cualquier momento aparecería por allí aquél hombre raro. No es que fuera antipático, no,  pero no transmitía buenas vibraciones. Podría decirse que ni era jovial, ni afable, ni abierto, parecía que estaba siempre contenido, observando...

Y ya casi se había olvidado de él, cuando le vió aparecer a su lado, al otro lado de la valla, con la garrafita en la mano. 

- Hola buenos días. Vd. siempre con las flores, así de bonitas las tiene -dijo adulador. - Ayer le conté a su marido -prosiguió- que les puedo dejar la garrafita a Vdes. porque, la verdad, es que voy a la fuente más que nada por hacer ejercicio. ¡Y porque la señora de la Fonda me ha insistido mucho! -dijo casi sonriendo.

- Hombre -contestó rápidamente mi madre- eso me parece mucha cara por nuestra parte ¡hacerle trabajar en vacaciones! No se moleste, que mi marido se acerca con el coche hasta el puente y desde allí a la fuente son dos pasos. Gracias de todos modos.

- Como quiera -respondió el hombre-. Por cierto, que ya me tendría que presentar, ¿verdad? Es Vd la persona del pueblo con la que más he hablado... Me llamo Alonso Duarte, vengo de San Sebastián.

- ¿ Y de un sitio tan bonito viene a veranear a un pueblo como este? - le interrogó mi madre.

- Bonito, también es bonito este pueblo, y se está muy bien, muy tranquilo... (parecía que el interpelado estaba buscando más "piropos" para el pueblo, pero no le venían a la cabeza.). 

- Eso sí, -respondió mi madre- tranquilos estamos muy tranquilos. Bueno, pues me alegro de conocerle. Hasta luego, voy a ver si adelanto un poco el trabajo por casa... 

 Y puso rumbo al interior del hogar, antes de que él se hubiera puesto en marcha.

Cuando vino mi padre a comer, mamá le estaba esperando para hablarle del "turista", con su gran frase preparada:

- Ese hombre, no es trigo limpio.

Mi padre sonrió y le dijo:

- ¿Y cómo ha llegado a esa conclusión la más "espabiladeta" del pueblo? ¿Decía el desconocido que llevaba agua en la garrafeta y resulta que apestaba a vino rancio? ¿Le has sorprendido apuntando en una libreta los nombres y apellidos de los propietarios de las casas de Campo?

- Tú rie, rie -aseveró mi madre- que ya veremos cómo acaba todo esto... 

A pesar de que solían ser frecuentes estas diferencias de opinión, mi padre no solía ignorar las advertencias de mamá y tenía una fe ciega en su intuición, que había demostrado a lo largo de la vida. Y es que, pocos días después de su nacimiento, su madre falleció y, ella sola, tuvo que aprender a hacerse fuerte y  encontrar su sitio en la familia y en aquella sociedad que le había tocado vivir. Como siempre decía ella,  "veía venir a la gente" y sabía plantarle cara a quien fuera.

- Lo primero que voy a hacer- dijo mamá muy decidida- es llamar por teléfono a la Sra. Dolores, de la Fonda. Le preguntaré si sabe algo de ese hombre, habrá tenido que presentar el carnet de identidad, digo yo...

- No la lies, no la lies -interrumpió mi padre- No pongas en un aprieto a la Sra. Dolores, déjala tranquila. Ya procuraré encontrarme discretamente con el Teniente Martínez, y me dirá si sabe algo. - Y mi padre dio por zanjada la conversación.

Justo aquella tarde, ya empezaba a atardecer, cuando la pareja de la Guardia Civil que prestaba servicio haciendo ronda por las inmediaciones del pueblo, pasó por delante de casa y echaron una mirada al personal que ocupaba casi todo el espacio de la terraza. Estaban mis padres, nosotros, sus cuatro hijos, una tía, hermana de mamá, una amiga suya... ¡ya no me acuerdo de cuánta gente estábamos!

Los guardias se cuadraron para saludar y decir buenas noches, y mi padre, con un reflejo rápido, se acercó a ellos y les dijo afablemente:

- Ya le dirán al Teniente Martínez que tenemos una partida de ajedrez pendiente.

Y los guardias, se volvieron a cuadrar. mientras uno de ellos respondía:

- Así lo haremos, señor. -Añadieron un buenas noches y se sumergieron en el silencio, dejando el bullicio en nuestro lado de la valla.    










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Capítulo 5

El día después


Transcurrió la mañana tranquila, eso sí, todo el mundo de la casa estaba pendiente del desconocido, aunque nadie lo quería reconocer... Mi madre lo vio al bajar a la fuente, y le saludó, y al cabo de unas dos horas, fue mi padre el que, mientras estaba sentado en la terraza leyendo el periódico, le vio llegar. Se levantó del asiento y le dijo jovialmente:

- Hola, buenos días. Hoy si que me voy a atrever a pedirle un vasito de agua. Tenía que haber ido ayer a buscarla, pero estuve de viaje y se me pasó. Ahora ya la encontraba a faltar... Mire, ¡ya tengo el vaso preparado! 

-Pues me alegro de poder serle útil. Coja toda la que quiera. Hay que reconocer que es lo que más quita la sed. ¡Yo me estoy acostumbrando demasiado a esta agua -dijo muy locuaz el veraneante)- cuando me vaya ¡me la tendrán que mandar por Correo!

Y como lo que los dos buscaban en el otro era básicamente información, desplegaron lo mejor que supieron sus cualidades para las relaciones sociales y se lanzaron a la conquista del contertulio.

- No recuerdo si Vd. me dijo de dónde era... - mentira gorda que deslizó mi padre sin el menor rubor, porque recordaba perfectamente que no lo sabía.

- Pues, en estos tiempos que nos ha tocado vivir, me he visto obligado a residir en muchas partes, pero ahora me  he asentado en San Sebastián- respondió el turista.

- No ha elegido mal, no -añadió papá.- Un sitio bonito y rico.

- ¿Sabe? - continuó el desconocido- perdí a un hijo y también a mi mujer., después de la Guerra. Me quedé sin ganas de trabajar ni de luchar por nada. Al final, abrí un establecimiento de ferretería, porque ya había tenido uno y no me fue mal. También me dedico a la venta de maquinaria agrícola, pero me lleva el negocio un sobrino, persona de confianza y yo cada vez aparezco menos por allí.

- Pues hace Vd. muy bien, que no nos tenemos que complicar demasiado la vida -sentenció mi padre- Más vale vivir lo más tranquilos posible que los años pasan demasiado rápidos...

- Vd. sí que tiene aquí un buen negocio montado. Esto no se hace en dos días. ¿Su padre se dedicaba ya a la madera? -preguntó el Sr. Duarte.

- Bueno, en realidad fue mi abuelo materno el que empezó con esto. Era el molinero y con otro socio instalaron una turbina en el molino, al lado del río. Con la poca fuerza que producían, movían, además, una sierra.Varias familias del pueblo colaboraron en el proyecto con la compra de acciones, consiguiendo abastecer al pueblo de electricidad. Llegaba solo a las casas particulares, pero no era para alumbrado público. Tenían derecho todos los hogares a dos bombillas. Una la solían poner en la cocina y la otra en un lugar común que pudiera llegar a dos o tres estancias. Era poco cosa, ¡pero Campo tuvo electricidad antes que Huesca capital! 

El 16 de diciembre de 1917 un incendio muy violento acabó con el molino harinero y la central eléctrica de Campo. Fue duro tener que empezar de cero, pero el abuelo, con visión de futuro, instaló la nueva serrería cerca de la carretera, para facilitar el transporte de la madera del monte a la sierra y de la sierra a los lugares donde la solicitaban, ya cortada. Después vino lo que vino, la Guerra, y ahora estamos empezando a trabajar otra vez. En realidad empezó a ponerlo en marcha todo esto mi hermano mayor, pero contrajo una enfermedad y falleció al poco tiempo... Ya sabe, cosas de los tiempos que nos han tocado vivir.

El interlocutor de mi padre se puso en pie y se lo quedó mirando fijamente, como queriendo verlo por dentro, buscándole el alma y los pensamientos. De repente, dijo:

- Lo siento, no quiero entretenerle más, que yo estoy de vacaciones, pero Vd debe tener trabajo. Gracias por su tiempo y por lo que me ha contado, muy interesante. Le dejo la garrafa, mañana la recogeré. Gracias.

Y se marchó a toda prisa.






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Capítulo 6

Resultado 1-0


Cuando se marchó el Sr. Duarte, mi padre se sintió un poco en la cuerda floja, no se reconocía a si mismo contándole su historia familiar a un desconocido, cuando de lo que se trataba era precisamente de que el desconocido se abriera un poco a él. ¿Qué había averiguado del hombre de la garrafita?  Pues nada. Ni de dónde era, ni dónde había vivido, nada de nada. Menos mal que en aquel momento sonó el teléfono del despacho y salió mi madre del interior de la casa con un mensaje para papá: el Teniente Martínez le anunciaba que por la tarde pasaría por casa un rato, por si quería echar una partidita de ajedrez.

Mi padre esperó con impaciencia la visita anunciada y, cuando llegó la hora y saludó a su compañero de juego, una vez dispuestas las fichas sobre el tablero, papá pasó directamente al tema que verdaderamente le interesaba.

- Antonio -le dijo- antes de empezar a jugar me gustaría hablarle de un asunto. La verdad es que no se trata de ningún hecho concreto, más bien creo yo que son como sospechas o manías que nos han entrado a mi mujer y a mi, y que nos tienen inquietos. No le pido que me diga nada que  no deba decirme, faltaría más, simplemente quisiera comentarle algo sobre un señor que está alojado en Campo ya hace tres o cuatro días y que nos parece que tiene un comportamiento extraño. Tenemos la sensación de que tiene mucho interés en conocernos, que nos ronda demasiado... Dicho así suena más raro todavía, pero...

- Vd. se refiere al Sr. Alonso Duarte, ¿verdad? -le interrumpió el teniente.

-  ¡Sí! -exclamó mi padre. -No me asuste ¿Qué es lo que está pasando?

- No estoy violando ningún secreto si le cuento lo que le voy a contar, pero le pido que, de momento, no lo comente con nadie, no hagamos una montaña de un grano de arena.

- Ya sabe que tiene mi palabra - añadió mi padre.

- Cuando me llevaron los de la Fonda el carnet de identidad  del nuevo huésped al Cuartel, -añadió el Teniente- hice mis averiguaciones, pues el nombre me sonaba mucho. Y con razón pues el tal Alonso ha pasado dos años en la cárcel. Si eso le sorprende -continuó diciendo  el Teniente, al ver la cara que se le había puesto a mi padre- todavía se asombrará más cuando le diga el motivo.

Mi padre le interrogaba con sus ojos grises.

- Bueno -continuó el Teniente- pues parece ser, que el tal Alonso fue el protagonista de aquél incidente que tuvo lugar aquí en esta serrería. No se si entonces ya estaba Vd. trabajando aquí o si estaba su hermano. ¿Recuerda lo que pasó? Una noche llegaron unos hombres armados y apuntaron a dos de los trabajadores del turno de noche, obligándoles a tumbarse en el suelo, mientras se llevaban a un tercero. No hubo ningún tipo de daño físico. Montaron en el coche que habían traído, llevándose al joven trabajador y se sabe que al llegar a Santaliestra ya los paró un destacamento de la Guardia Civil y los cogieron presos. Después de horas de interrogatorio, ya en Graus, se dedujo que el jefe de los hombres armados era el padre del joven secuestrado, al que inmediatamente soltaron. Al cabo de un par de días, liberaron a los otros dos asaltantes y al único que continuaba preso, que era el padre, se lo llevaron a Zaragoza. Las circunstancias de este caso no las conozco, lo que si recuerdo es que me contaron que el hijo, en cuanto se vio libre se escapó a Francia y ya no se supo más de él. Por otra parte, en el pueblo nadie vio nada, ni se enteró de nada aquella noche. 

Mi padre agarró una ficha de ajedrez con su mano, sin intención de empezar la partida, simplemente por hacer algo, por concentrarse en alguna cosa, pero tuvo que soltarla y dejarla al lado del tablero, porque no podía controlar el temblor que le sacudía todo el cuerpo. Entonces le dijo al Teniente:

- Yo le puedo contar más detalles de esta historia. Si pudiera, me gustaría que quedara entre nosotros. Y llevando sus pensamientos a otro escenario y otro tiempo, le contó:

- De aquél día que vinieron a llevarse al chico que trabajaba aquí, no me olvidaré nunca. Viví aquél incidente en primera persona. - Hizo una pausa y continuó:

- Yo había ido por unos asuntos de trabajo a Barbastro. Cuando volví a casa, un poco más pronto de lo previsto, estaba lloviendo y la familia estaba en el pueblo. Decidí dejar el coche dentro del garaje y mientras bajé a abrir la puerta, me pareció ver una tenue luz en la carpintería. No me extrañó, porque pensé que sería la pareja de la Guardia Civil que salía a hacer la ronda y que, cuando hacía mal tiempo, se guarnecía allí. Y es que en un rincón de la nave los obreros habían instalado un fogón y los días de frío o a las horas de la comida, se acercaban para calentarse un poco  o para calentar las fiambreras que traían de sus casas, sobre todo los que venían de algún pueblo cercano. También tenían mucho éxito los anchos bancos que habían dispuesto alrededor del fogón, en los que, si no había mucha concurrencia, se podían tumbar un rato. Yo estaba abriendo la puerta de la entrada de casa y justo cuando iba a dar la luz, vi como se apagaba la luz de la carpintería, mientras que un coche, que debía estar a cuatrocientos o quinientos metros de distancia, se acercaba lentamente y a obscuras. 

Me metí rápidamente en casa -continuó narrando mi padre- sin dar la luz, y me acerqué como pude a una ventana de la fachada, desde donde pensaba ver pasar el automóvil carretera abajo. Pero me equivoqué. Para sorpresa mía el coche, nada más pasar la casa, giró a la derecha y se fue acercando muy poco a poco a la serrería que estaba justo detrás, adosada a ella.

Como desde aquella ventana de la salita ya no podía ver nada de lo que estaba pasando, busqué en el bolsillo del pantalón una pequeña linterna que siempre llevo conmigo, pues, desgraciadamente, los cortes de electricidad eran y aún son frecuentes. Fui rápidamente a las escaleras y subí hasta el primer y único rellano, donde había una pequeña ventana desde la que se podía ver lo que pasaba en la serrería. Esta ventanuca había sido construída originalmente en la pared medianera, y al adosar el edificio de la sierra, había quedado prácticamente camuflada entre las vigas de madera que sujetaban el techo de la nave industrial.

Estaba allí intentando encontrar el ángulo de visión adecuado, cuando oí la voz de Lola, la chica que teníamos en casa, que me decía desde lo alto de la escalera:

- ¡Sr. Daniel! ¡Sr. Daniel! ¿Está Vd. ahí?

- Sí -le respondí- No enciendas a luz. Tienes que hacer una cosa, Lola. Ves a la carpintería, donde está la pareja de la Guardia Civil, y  diles que unos hombres han llegado con un coche y están atacando a los que estaban trabajando en la sierra. 

Hice una pequeña pausa para mirar lo que estaba pasando allí abajo y después, mientras le iluminaba un poco la escalera a la chica, continué diciéndole:

- Diles que estaban trabajando tres serradores y que han venido a atacarles tres personas. Van armados. Sal por la puerta principal, que no te verán. Sobre todo, no hagas ruido y quédate allí en la carpintería lo más escondida posible, hasta que esto se acabe.

- No se preocupe. Voy. - Contestó ella.

- Una vez que ya salió, me puse a mirar la escena que se estaba desarrollando delante de mi (continuó explicando mi padre). - De los tres hombre intrusos, dos estaban encañonando a dos de los trabajadores, que estaban tumbados en el suelo. El tercer agresor, también llevaba un arma en la mano, pero gesticulaba tanto que no se podía decir dónde apuntaba exactamente. Hablaba con el más joven de los trabajadores y, aunque no se entendía lo que le estaba diciendo, sí que parecía evidente que le estaba amenazando. El chico no contestaba nada y procuraba esquivarle la mirada. Al cabo de unos minutos, hubo un cambio en la escena. Los tres atacantes se fueron replegando hacia el automóvil que habían traído, mientras parecía evidente que les decía a los dos hombres que continuaban tumbados sobre el suelo, que no se movieran. El hombre que hablaba con el más joven le hizo subir al coche, al asiento de atrás, mientras él se instalaba en el asiento del conductor. Los otros dos hombres, se colocaron uno a cada lado del joven.

- Una vez que el coche arrancó, dando unos acelerones, se puso en marcha a toda velocidad,  ya con las luces largas y desaparecieron carretera abajo- mi padre continuaba su relato-. Los hombres que estaban tumbados en el suelo vinieron corriendo a casa. También apareció en aquél momento Lola. Les dimos una copa de coñac para  que se repusieran del susto y nos contaron su versión de los hechos. Parece ser, nos dijeron, que el "jefe" del grupo era el padre del chico y quería que el joven volviera a su casa. Su madre  estaba muy enferma y lo quería ver.

Mientras estaban narrando su versión de lo acontecido, se presentó allí la pareja de la Guardia Civil, que trataron de transmitir calma y nos dijeron que no nos preocupáramos más de esa gente, porque les estaban esperando en Santaliestra y seguro que no volverían por Campo.

Llegado a este punto, mi padre necesitó reponer fuerzas y hubo un silencio prolongado. Después continuó.

- Lo que hoy le puedo asegurar, es que el padre que se llevó  a la fuerza a su hijo, era el tal Alonso. Me ha costado darme cuenta, pues ha engordado un poco y ha envejecido bastante, seguramente más por las penas que por el tiempo. Además, tampoco es que lo viera tanto rato... El no me ha podido reconocer porque nunca me había visto, pero ¿qué le habrá hecho volver hasta aquí? ¿Qué busca? ¿Habrá tenido alguna información de que le denunció alguien de esta casa y ha venido para vengarse?

El teniente tampoco contestó enseguida, antes de hablar le dio unas cuantas vueltas por la cabeza a lo que quería decir, y, finalmente, dijo:

- Creo que lo más conveniente es que yo me mantenga al margen de este caso. El ya ha cumplido con la Justicia lo que debía y si quiere indagar algo, está en su derecho. Yo le recomendaría que hablara con él, que se sinceraran, creo que es una persona razonable y podrán entenderse. Si se presenta cualquier problema, Vd. me llama ¿de acuerdo? Y la partida ya la haremos otro día, que no le veo muy concentrado en álfiles y caballos...


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CAPÍTULO  7

Aclaraciones


Mi padre no habló de la conversación mantenida con el teniente Martínez con nadie, ni con mi madre, y al día siguiente, aunque estaba un poco nublado y corría un vientecillo fresco, se sentó en el sillón de la terraza para esperar al de la garrafita. A la hora acostumbrada, apareció por la carretera el susodicho, andando a buen ritmo.

- Buenos días, Daniel -saludó a mi padre familiarmente el Sr. Duarte- veo que es Vd. una persona de costumbres, aunque el tiempo no acompaña mucho para sentarse al aire libre, Vd. aquí está...

- Bueno -contestó mi padre- en caso de emergencia en dos pasos estoy a buen recaudo... Vd. lo tiene peor, que si le pilla el chaparrón por el camino, no va a encontrar dónde cobijarse ¿Le parece bien que nos tomemos un café mientras el tiempo decide qué quiere hacer esta mañana?

- Pues por mi, estupendo -respondió Alonso- se lo agradezco, porque, no se crea, muy convencido no estaba... -y mientras cruzaba la puerta de la valla no podía evitar echar una mirada escudriñadora al interior de la casa.

- Entremos -dijo mi padre- que estaremos más tranquilos.

- ¡Lola! -llamó a la chica desde el pasillo- ¡Cuando puedas tráenos un cafe!

Alonso entró en el despacho y se quedó sorprendido. En realidad, pensó, más que despacho debería llamarse biblioteca. Nada más entrar, en la pared sur de la estancia, había una estantería toda dedicada a los volúmenes del Espasa. Justo delante, había una pequeña mesa redonda con un tablero de ajedrez, donde cada noche mi padre resolvía la partida que se proponía en "La Vanguardia". Enfrente, en la pared norte, había una gran ventana y delante de ella la mesa de despacho,  con las sillas correspondientes. En la pared izquierda había una puerta que daba al exterior y la pared derecha estaba totalmente ocupada por una estantería de madera repleta de libros. Allí se encontraban todos los tomos de la Comedia Humana de Balzac, los clásicos rusos, ingleses, etc.

Mi padre, al observar el asombro de Alonso le dijo:

- Yo vivo en Campo, pero me gusta conocer otros mundos.

Mientra tanto, Lola había hecho sitio en la mesita pequeña de la estancia, donde estaba el tablero de ajedrez, y había dispuesto allí las tazas de café. Cuando ella se retiró, mi padre cerró la puerta de la estancia y, después de ofrecerle sitio a su invitado, se sentó él también.

Pasados unos minutos de silencio, en los que se notaba que mi padre sabía que le correspondía a él empezar la conversación, pero no estaba seguro por dónde, le dijo:

- Alonso, creo que ya nos conocíamos anteriormente. Podría quedarme con la sospecha y no decirle nada, pero creo que sería más constructivo para los dos hablar y sincerarnos. Si prefiere Vd. que me calle ahora mismo, yo respetaré su voluntad y aquí ponemos punto final.

- Pues le agradezco mucho su confianza. Llevo días no sabiendo cómo abordar el tema que me ha traído hasta aquí.... es demasiado importante para mi, me ha marcado la vida -le respondió Alonso.

- Pues vamos a empezar por el principio, si le parece... -le dijo mi padre. Lo primero que quiero decirle es que sé que Vd. estuvo en Campo anteriormente, y que le digo esto porque yo le vi.

Alonso se quedó como si hubiera recibido un impacto en la cabeza, le daba la sensación de que iba a caerse, aunque estaba sentado, y tenía la impresión de que, aunque quisiera hablar, no podría articular palabra alguna. Cuando pudo reaccionar, dijo:

- Y, ¿dónde me vio?

- Pues le vi desde aquí, desde mi casa, y Vd. estaba en la serrería que hay justamente detrás. Venga, Alonso -le  dijo mi padre-voy a enseñarle una cosa. Sígame. - Y después de salir  del despacho y dirigirse a las escaleras, subieron por ellas hasta el rellano, donde había una pequeña ventana. Mi padre le dijo:

- Mire, ¿qué ve allí fuera? ¿No le recuerda nada?

Alonso estaba impresionado,, emocionado. Apenas tuvo fuerzas para decir:

- Así que esta es la famosa ventaneta... - dijo como para sí mismo- Me han hablado de ella. ¿No he de recordar el escenario que se ve abajo? Nunca lo olvidaré. Alguien me hizo llegar la información de que Iñaki, mi hijo, al que suponíamos viviendo en Francia, estaba trabajando aquí. No me lo pensé dos veces, hablé con dos amigos y les pedí que vinieran conmigo, para convencerle que volviera a casa. Aquella noche no encontramos a nadie en el pueblo,  ni vimos ningún coche, ni oímos nada, parecía que estábamos solos en el mundo, los dos amigos que me acompañaban y yo. Nos acercamos sigilosamente hasta aquí, hasta la serrería y justamente allí estaba trabajando mi hijo junto a otros dos hombres. Poco rato estuvimos, no llegaría a diez minutos.. Y Vd. ¿qué vió desde aquí? o ¿qué le pareció ver?   

.- Vamos al despacho, Alonso -respondió mi padre- Nos tomaremos un whisky y, si tiene ganas, me cuenta qué pasó realmente y yo le diré lo que vi.

- Antes -le señaló el visitante-  me tiene que decir si fue Vd. el que me denunció. Ya sabe que en esta vida de todo se entera uno, y a mi me llegó el rumor de que la Guardia Civil supo todo lo que había pasado porque se lo contaron los dueños de la casa. Unos dueños que me denunciaron, sí, pero que también acogieron y le dieron trabajo a mi hijo cuando lo necesitó.

- Pues así es -aseveró mi padre- Pero ahora le contaré cómo vi su visita a la sierra y Vd. me dirá si hice o no hice lo justo.

Y bajaron la escalera, se sentaron en el despacho y hablaron y hablaron Lo más difícil para Alonso fue explicar qué había hecho tan grave Iñaki para que su madre hubiera tenido que expulsarlo de casa.

- Si se cuenta ahora, dijo, parece una chiquillada, pero en aquél momento parecía el fin del mundo. Fue mi mujer, Teresa, la que resultó más involucrada. Todo vino porque cuando estalló la Guerra, con mi hijo poco más que adolescente, a mi mujer se le ocurrió marcharse con Iñaki al caserío de su padre, donde le pareció que estarían más seguros y no les faltaría de nada. Cuando ellos se instalaron allí,  vivía con su padre un hermano de Teresa, que debía tener veintitantos años. Pasó que este chico se casó con una muchachita de allí y que como Iñaki, que venía muy grandote y parecía mayor, no tenía mucho que hacer, pues empezó a tontear con su tía. Cuando se enteró el hermano de Teresa, llegaron a las manos y amenazó de muerte a nuestro hijo y viéndose Teresa incapaz de poner paz entre aquellos jóvenes decidió volver a casa. A Iñaki no le gustó esta solución y un día sin decir nada a nadie, se marchó. Por un amigo suyo supimos que se había ido a Francia. A su madre eso le costó la vida, murió de sufrimiento, por no saber nada de él. Yo tampoco supe nada más, nada. Hasta hace poco, que recibí un anónimo...

Y con lo que decía uno y añadía el otro, Alonso y mi padre fueron reconstruyendo los hechos en los que los dos estaban involucrados.

Finalmente, y después de intercambiarse información de todo tipo, sobre la familia, la situación política, la vida que les había tocado vivir, la que hubieran querido vivir, etc. mi padre le dijo a Alonso:


- Mañana tengo que ir al Valle de Arán, tengo una cuadrilla de picadores trabajando en el monte, ¿quieres venir conmigo?

- ¿A qué hora salimos? - respondió Alonso.

Y con esta frase, tomaban un camino, que todavía no sabían donde les conduciría.

Aquella noche mi padre puso al corriente a mamá de todo lo que había hablado con Alonso, porque, al final, siempre le contaba todo.


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  CAPÍTULO 8

FINAL DE UNA HISTORIA Y PRINCIPIO DE OTRA



Llegó el día siguiente. Alonso y mi padre ya se tuteaban porque eran casi de la misma edad, habían hecho el ejercicio de meterse uno en la piel del otro y se reconocían como personas cercanas. Se les veía contentos y animados cuando montaron en el Volkswagen negro de mi padre, para hacer la anunciada excusión. Mi madre les dio una bolsa con dos bocadillos para el viaje y una botella de agua. A pesar de este detalle del bocadillo, que era ya una tradición, la verdad es que no estaba muy contenta con esa repentina amistad entre los "chicos", y es que estaba un  poco celosa de que fueran ellos los protagonistas de la aventura, mientras ella tenía que mantenerse al margen, en la retaguardia.

Emprendieron el viaje y, una vez pasado Castejón de Sos, el coll de Fadas, curvas y más curvas, el túnel de Viella, etc. llegaron, por fin, al pie del monte donde estaba trabajando la cuadrilla de picadores. El encargado salió a recibirles  y le dijo a mi padre que pasada una hora, o más bien hora y media, se reunirían allí todos los trabajadores para "echar un bocao", así, mientras tanto, podrían comentar las dificultades que estaban encontrando con el transporte de la madera y alguna otra incidencia que se había presentado.


Mi padre le preguntó a Alonso si le venía bien esperar por allí mientras él atendía algunos asuntos de trabajo, y Alonso, que estaba disfrutando del paisaje, le dijo que se tomara todo el tiempo que quisiera y que por él no se preocupara, que era un privilegio estar allí.

Pasado el tiempo convenido, se fueron juntando en el llano todos los hombres que estaban trabajando. Un par de ellos parecían los responsables de la "cocina" y encendieron un buen fuego, sobre un lugar preparado, en el que instalaron una gran parrilla. Enseguida cortaron tomates, cebolla, aceitunas e hicieron una ensalada. Sacaron de una fiambrera huevos duros pelados, cortaron pan, pusieron la carne a asar y llenaron de vino un par de porrones, y enseguida se creo un ambiente festivo, a pesar del cansancio que aquellos hombres llevaban acumulado, pues se habían levantado muy pronto por la mañana.

- ¿Estamos todos? - preguntó el responsable del grupo. 

- ¡¡Sí!! - contestaron a coro unas cuantas voces.

- ¡Pues a comer! -gritó un espontáneo.

- Bueno, espera... Falta Iñaki -dijo alguien.

Al oír ese nombre, Alonso cambió de cara y sin saber por qué, se puso de pie, alerta. Mi padre le dijo:

- Tranquilo, Alonso, ahora llegará.

Y, al cabo de unos minutos que al pobre Alonso se le hicieron interminables, allí apareció un chico joven, alto, con un aire tímido y unos ojos muy abiertos, como interrogando y buscando respuestas. Mientras miraba fijamente a Alonso, que es el que las tenía, intentaba adivinar en su actitud alguna predisposición al perdón o a la condena. Oyó una voz que le interrogaba:

- ¿No vas a saludar a tu padre? 

El chico esperó inmóvil alguna señal, que le llegó finalmente, cuando su padre le extendió los brazos. Y se fundieron en un abrazo, que concentraba todos aquellos otros que habían dejado de darse en los últimos años.  

Cómo se llegó a este desenlace, fue consecuencia de un encaje de circunstancias, en las que como suele pasar frecuentemente, las personas, más que por voluntad propia, parece que actuamos como  muñecos teledirigidos, movidos por hilos invisibles.

El hecho fue que mi padre, aquél verano del 52, había comprado una partida de madera allí en el Valle. Como se hacía habitualmente, había contactado con unos profesionales que se encargaban de la tala y saca de la madera adjudicada. En esta ocasión, los trabajadores eran vascos y se instalaron en una chabola que ellos mismos construyeron en el monte. Con este grupo estaba Iñaki, que pensó que allí no le vendría a buscar nadie. Pero esa confianza le hizo obviar algo que acabó delatándole: su nombre, que era muy común en su tierra no lo era tanto lejos de allí. Cuando mi padre tuvo el primer contacto con el encargado de los picadores y le dio el nombre de los que formaban la plantilla, tuvo un sobresalto al ver el nombre de Iñaki, pero después pensó que no sería él, porque no reconoció el apellido, ya que había utilizado el de su madre.

Pero tras los acontecimientos de los últimos días, mi padre decidió hacer sus averiguaciones y habló con el encargado que le había contratado, que le informó de la edad del chico, dónde lo había conocido, que sabía de él...  

Al llegar esa mañana al monte, después de dejar a Alonso disfrutando del paisaje, fue a localizar al tal Iñaki. Efectivamente, lo vio a lo lejos y enseguida reconoció en él al joven al que le había dado trabajo en el serrería de Campo, hacía algunos años. Tuvieron una larga conversación y el chico le confesó que nunca había salido de España y que había pensado muchas veces en volver a casa, pero que sabía que había hecho mucho daño a la familia y tenía miedo de cómo reaccionaría su padre. A lo que el mío le respondió:

- Pues ¿cómo crees que va a reaccionar tu padre cuándo vea delante suyo al hijo que daba por perdido? ¡Pues dándole un abrazo! 

Y así fue. Un abrazo empapado de lágrimas. 

Para que fuera un final feliz, solo faltaba  la madre. ¡Pobre mujer! Ella ya no estaba. Cuántas veces lloró por las palabras que le dijo a su hijo, sabiendo el daño que le había ocasionado.  Pero pagó caro por ello, porque murió sin  volver a verlo, sin poder decirle que era él lo que más quería en el mundo. Su marido sí que lo sabía y, por eso, no lo dudo y salió a buscárselo para llevárselo, para que lo tuviera a su lado, pero también él lo perdió. ¡Cuánta tristeza! Pero, por otro lado, que fuerte es el ser humano, que sabe encontrar fuerzas para sobrevivir y olvidarse de las malas experiencias, aunque sea solo a ratos, y encontrar ilusiones nuevas, para ir viviendo.

FÍN


 

                 

La Procesión de Viernes Santo

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Viernes, 18 de abril, 2025, a las 8 de la tarde. 













Fotografías gentileza de Angel Huguet 

Y ANTES DE LA PROCESIÓN...

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LA PREPARACIÓN








Una seguidora del blog nos han hecho llegar estas fotos y algunas otras, y cuando le hemos preguntado quién es el autor/a nos ha confesado que no lo sabe, pues hay de Manolo Garanto, de Miguel Sesé y de Maribel Sesé... Confiamos en que, sea quien sea el autor, nos autorice a publicarlas, porque nos parecen  muy bonitas. ¡Gracias!   

¡Aleluya!

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 Un año más, en Campo




Fotos de Mari Carmen Longán


ROMERÍA

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 y el lunes de Pascua, en Campo se va de romería a 

SAN BLASCUTO.



Novela por entregas. SIN TÍTULO... 1

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(para no dar pistas)


Capítulo 1

UN HALLAZGO INESPERADO

Mayo 2016


En mi casa, una de las más pequeñas de la urbanización “La Sierra”, muy cerca de Huesca, ocurrieron unos hechos siniestros precisamente mientras yo no estaba. Quiero contaros cómo descubrí lo que había pasado allí durante mi ausencia, y cómo me involucré y me involucraron en esta historia. Narraré cómo se sucedieron los acontecimientos desde el primer momento, porque todavía tengo el recuerdo vivo. Probablemente no seré objetiva, ni lo pretendo, ya que lo único que quiero es dar mi versión de los hechos, tal como yo los viví. Y, para mí, la historia comienza en este momento:

Un policía llamó a la puerta de casa. Cuando abrí me preguntó escuetamente:

- ¿Es Vd. la señora Teresa Fuster Lamora?

- Sí, la misma.

- Vd. es la que nos ha llamado por teléfono… (dijo con aire distraído, mirando por todas partes).

- Sí, he sido yo -asentí.

- ¿Dice que ha encontrado cuatro muertos en su casa? -preguntó incrédulo

- Sí señor -respondí.

- ¿Cuándo?

- Pues dos anoche, y dos ahora, hace poco rato -le dije.

- Cuénteme. Cuénteme cómo ha sido -dijo sacando una libreta en la que no escribió ni una palabra.

- Pues anoche llegué de un viaje, y estaba cansadísima. Metí el coche en el garaje y justo al bajar y recoger mis bultos, vi en una esquina, lo que me parecieron dos esqueletos. Me di tal susto que salí corriendo de allí pegando un portazo, eso sí, volví sobre mis pasos para cerrar con cerrojo la puerta del garaje.

-. ¿No se le ocurrió llamar a la policía para advertir de lo que había encontrado o ver si se podía socorrer a esas personas? - me preguntó.

- ¿Socorrer? Pues si ya le he dicho que eran esqueletos. Por eso pensé que no era tan urgente avisar a nadie, además yo estaba muy cansada y necesitaba dormir.

- ¿Había bebido Vd. mucho o había tomado alguna sustancia especial? -volvió a preguntarme sin demasiado interés.

- No señor, no suelo beber y no he probado en mi vida ninguna “sustancia especial” -le contesté.

El policía, al final, se dignó mirarme fijamente. Mil hipótesis debía formular su cabeza, basadas en casos vividos, conocidos, estudiados, pero aún no se daba cuenta de que se encontraba ante un asunto distinto. No lo digo como mérito personal, que conste, pero es que yo misma me daba cuenta de que estábamos ante una situación muy rara.

- Veamos. A ver si he entendido bien -dijo con parsimonia el poli -Vd. llegó de un viaje, vio los esqueletos, cerró la puerta del garaje y se fue a dormir.

- Sí, señor, porque con todo aquél jaleo no me apeteció cenar nada.

- Ya. Y ¿hasta cuándo ha dormido? -preguntó el poli.

- Pues justamente hasta hace una hora, bueno, aproximadamente. Eran las 8 y algo cuando me he despertado. Como tenía mucho trabajo por hacer, he recogido mi ropa y he ido al cuarto de la plancha, donde tengo la lavadora, para hacer un lavado. Bueno, pues no he podido ni entrar, porque lo primero que he visto ha sido a otros dos muertos. Estos estaban más frescos, más enteros quiero decir, pero se veían muertos. Entonces, enseguida les he llamado a Vdes.

- Sí, para decir que tenía cuatro muertos en casa.

- Sí, señor, exacto.

- ¿Cuánto tiempo ha estado de viaje?

- Cuatro días. La verdad es que pensaba estar más, pero tenía ganas de volver a casa -le expliqué. -He ido a Barcelona al bautizo de un sobrino, bueno, del hijo de un sobrino. No sé si se dice tía abuela…

- No tiene importancia -interrumpió el agente- ¿Alguien más tiene la llave de su casa? -Me preguntó, mientras se podía apreciar que  se estaba poniendo muy nervioso, sin que yo supiera por qué.

- Sí. Le he dado unas copias a un sobrino, por si pierdo las mías. Al encargado de la urbanización, por si tiene que entrar para algo cuando yo no estoy… A la chica de la limpieza también, porque ahora viene a las 8 de la mañana y hay días que no me apetece levantarme tan pronto para abrirle la puerta y…

- Déjelo, déjelo - me interrumpió el poli - vamos, que Vd. ha repartido las llaves a varias personas.

- Tampoco es eso… - rebatí yo- Repartir repartir no es la palabra.

- Bien, tendrá que acompañarme a la comisaría -ordenó el agente.

- ¿Puedo desayunar un momento? Como anoche no cené…

- No señora, no tenemos tiempo para esperar a que Vd. desayune, puede coger algo para comer en el trayecto. -Contestó muy poco amable.

- ¿Y a Vd. no le apetecería tomar un cafetito ahora?

- Vamos, señora, vamos, que no hay tiempo.


ATENCIÓN: Queda expresamente  prohibida la reproducción total o parcial de esta obra, o de cualquiera de sus contenidos, sin el permiso expreso por escrito de MªJosé Fuster Brunet.

Asimismo, queda totalmente prohibida  la copia, reproducción. adaptación, modificación, distribución, comercialización, comunicación pública y/o cualquier otra acción que comporte una infracción de la normativa vigente  español/a y/o internacionales en  materia de propiedad intelectual y/o industrial, así como el uso de los contenidos de la presente obra, si no es con la previa autorización expresa y por escrito de María José Fuster Brunet. 


Novela por entregas. SIN TÍTULO... 2

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(para no dar pistas...).
                                                                                      

Capítulo 2

MALAS VIBRACIONES



Una vez en comisaría: 

- Así, pues -dice con voz parsimoniosas el comisario jefe- dice Vd. que se ha encontrado cuatro muertos en casa...

- Sí, señor. Dos  y dos. Por cierto, no he preguntado si los esqueletos del garaje eran también chico y chica o del mismo sexos -le dije.

 - Pensábamos que este detalle nos lo podría aclarar Vd. -contestó con cierto retintín el poli.

- Es que, la verdad, no me los miré mucho. Me hace mucha impresión todo eso de la sangre, las heridas, los huesos... -añadí yo. -Cuando me pinchan la vena para hacerme análisis, cierro los ojos.

-Pues, para refrescarle la memoria, puedo comentarle que los del cuarto de la plancha eran chico y chica -puntualizó el comisario.

- Eso me pareció... Jóvenes ¿verdad? -le pregunté

- Aparentemente sí… eso ¿le inspira algo? -me interrogó sin ningún interés.

- Bueno, que es más normal que sean jóvenes que viejos, porque cuando uno ya es mayor no se mete en según qué aventuras, pues entre los achaques, los hijos que lo controlan todo… ¡Dios mío! ¡Si no he llamado a mis hijos para decirles que he llegado bien del viaje!

-A lo mejor tendría que decirles también que está en comisaría… -añadió el comisario jefe con cierta sorna.

- No, eso no, porque se preocuparían -le atajé.

- Es que yo creo, señora -me dijo aquél tipo mirándome a los ojos -que su caso es para preocuparse: hemos encontrado cuatro muertos en su casa.

- No, perdone, los muertos los he encontrado yo… -precisé.

- Razón de más. Pero, volvamos al principio, y para eso empezaremos con los jóvenes del cuarto de la plancha. Según se ha podido determinar en un primer reconocimiento, murieron anoche entre las 6 y las 9 de la noche.

- ¡Vaya! más o menos cuando yo llegué a casa, que debía ser alrededor de las 8 y media.

- Bien, bien -añadió el comisario, como si hubiera descubierto ya al asesino de su complicado caso- Así que Vd. estaba ya en casa cuando murieron. ¿No oyó ningún ruido sospechoso?

- No, nada, es una urbanización muy tranquila -le dije.

- No anoche… -recalcó el comisario. Y mirándome a los ojos de forma penetrante me dijo -No la entiendo ¿es que pretende representar conmigo el papel de la ancianita despistada?

- Perdone, pero ancianita ancianita todavía no soy. Lo de despistada sí, lo he sido siempre, pero ya procuraré concentrarme en este asunto... Diga, diga.

- Lo que yo puedo decirle - continuó él - es lo que sé y lo que me imagino. Y lo que sé es que, por causas desconocidas, Vd. tenía dos esqueletos en el garaje, y anoche al llegar a su casa, encontró a unos intrusos delante de su lavadora. Y, lo que me imagino, bueno, ni siquiera puedo imaginármelo, es que Vd. los abatió. Esto es lo que hay.

- ¡Dios mío! ¡qué cosas dice Vd.! -le atajé-  Por un lado me llama ancianita y por otro cree que tengo fuerza para ir abatiendo gente. Aunque, bien pensado, no está mal el razonamiento. A lo mejor tenía miedo de que aquellos dos jóvenes hubieran visto los esqueletos del garaje y pensaba que había que eliminarlos

- Eso, eso. ¿Reconoce los hechos? -me preguntó exaltado levantándose de la silla de un salto.

- Perdón ¿qué hechos? -le pregunté.

- Pues que se asustó y se cargó a una pareja que encontró delante de la lavadora -me gritó.

- No me cargué a nadie, porque cuando los vi ya estaban muertos -le dije con rotundidad.

- Pero, en el caso de que hubiera estado vivos - añadió el comisario sonriendo sibilinamente - le hubiera parecido razonable eliminar a los intrusos.

- No sé, depende de lo que hicieran los intrusos… - la cabeza se me iba cargando con tanta tonelada de estupidez, así es que me lancé y dije -. Oiga, comisario, esto es demasiado bla, bla, bla para mí, estoy muy cansada.

- Lo siento, señora, a ver cómo se lo digo con claridad: si quiere que la dejemos tranquila, procure darnos alguna información útil que nos permita investigar en la dirección adecuada, porque de momento, solo disponemos de dos datos: uno, son los cuatro cadáveres y el otro es Vd. y esta situación no le conviene nada.

- ¡Suena mi teléfono! -le interrumpí. ¡Tengo ocho llamadas de mi hija! ¡LA BRONCA que me va a pasar! -y me puse a hablar, levantándole la mano derecha al comisario, más imperativa que una señal de stop

- Sí, hola, hola…

- Mamá ¿eres tú? ¿estás bien?

- Sí, hija mía, tranquila, perdona si no te pude llamar anoche, pero todo va bien.

- ¿Se puede saber qué te pasa? Daniel y yo estamos muy preocupados, en el teléfono de casa no contesta nadie y el móvil no lo coges.

- Tranquila, tranquila, estoy en la comisaría y todo va bien.

- ¿En la COMISARIA? ¿Qué te ha pasado? ¿Te han hecho daño o te han robado?

- No, ¡por Dios!, sólo es que han encontrado cuatro muertos en casa, pero tú no te preocupes de nada

- ¡Mamá! ¿Estás bien? ¿Con quién estás? ¿Hay cerca de ti un policía o alguien con quien pueda hablar?

- Sí, aquí hay varios policías, espera un momento. Señor comisario ¿puede hablar con mi hija, por favor? Ya te paso al comisario, y no te preocupes de nada, que todo va muy bien.

El aludido puso una cara de sorpresa bastante chunga al oír mi afirmación de que todo iba bien, y casi me arranca el auricular de las manos. No obstante, aunque empezó la conversación con mi hija en plan altanero, pronto fue bajando la voz y la iba escuchando con atención. Hablar, desde luego, él casi no hablaba, solo iba diciendo, sí sí, no no, y, como si se justificara de algo, repitió veinte veces eso de “pero oiga, que hemos encontrado cuatro muertos en su casa”, cuando ya sabemos que eso no era cierto, que si no les aviso ni se enteran de nada. Bueno, Olga quiso hablar otra vez conmigo, según me dijo el comisario mientras me pasaba el auricular.

- Dime, chata ¿qué quieres?

- Quiero que estés tranquila, que hoy mismo me voy contigo. Si no encuentro vuelo para esta tarde, mañana por la mañana llego.

- Pero no hace falta, tranquila, no tienes que venir para nada, que yo estoy bien y no me importa estar sola.

- No digas tonterías, menudo jaleo has armado. Hasta mañana.

- ¿Yooooooo? ¿Yo he armado jaleo…? -Pregunté al universo, porque al otro lado de la línea ya no había nadie - ¿Por qué tengo yo la culpa de todo lo que pasa?

- Bueno, señora -dijo el comisario mirándome con cara de asco de arriba abajo - puede marcharse a su casa, pero no puede salir de la ciudad. Si decide irse a casa de algún familiar o a un hotel, debe comunicárnoslo, porque tiene que estar continuamente localizable ¿de acuerdo? Cuando identifiquemos a los muertos, se lo haremos saber, para que nos diga si los conoce. Mientras tanto, trate de recordar, cualquier detalle puede ser importante para la investigación ¿de acuerdo?

- Muy bien, gracias. Si descubro algo ¿le llamo a Vd. directamente? ¿Me puede dar su nº de teléfono? ¡Me olvidaba! ¿Cómo se llama Vd.?

- Mi apellido es Sánchez -musitó sin mirarme. -Agente Lucas, acompañe a esta señora a su casa.

No soy tan tonta para no darme cuenta que evitaba darme su número de teléfono, ni tan sorda que no oyera como les decía a sus subordinados: “Alvarez y Carreras, quiero tener a esa mujer marcada continuamente: dónde va, qué hace, con quién habla, lo que dicen de ella, quiero saber con quién estamos tratando. No sé por qué me da, que si fuera tan inocente no volvería tan tranquila a casa, después de haber encontrado cuatro muertos allí”.

Novela por entregas.SIN TÍTULO 3

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 (PARA NO DAR PISTAS)...


Capítulo 3º

EN BOCA DE TODOS




Cuando ya llegaba delante de casa, acompañada por el agente Lucas, me di cuenta de que no tenía nada en la nevera para poder prepararme la comida, así es que le pedí que me dejara delante del supermercado de la urbanización. El agente, muy amable, se ofreció a esperar que terminara mis compras, pero le dije que prefería quedarme sola para ir a mi ritmo. La verdad es que ya había tenido bastante ración de policía. Después de titubear un poco, el agente accedió a dejarme, a Dios gracias.

Compré pan, yogures, pechugas de pollo, fruta y alguna tontería más y, al volver a casa, me encontré con mi vecina Mercedes:

- Teresa ¿qué ha pasado en tu casa? ¡Qué jaleo toda la mañana! Nos hemos llevado un susto tremendo, porque hemos oído que habían encontrado varios muertos allí. ¿Estás bien?

-Sí, tranquila, todo va bien, lo que pasa es que al llegar de Barcelona he tenido la mala pata de encontrar nada menos que cuatro muertos en casa, ¡una barbaridad! Y no puedes imaginarte el tinglado que se ha armado.

- Ya lo he oído, ya, pero es que cuatro muertos ¡son muchos! ¡Dios mío! Pero ¿cómo es posible?

- Pues ni idea. Llegué anoche y, nada más bajar del coche, me encontré dos en el garaje, y esta mañana otros dos en el cuarto de la lavadora.

- Pero ¿de dónde han salido? ¿Por qué no nos avisaste, mujer? ¿Y qué hacían allí en tu casa?

- Cuando los encontré nada, estaban allí. Y, ya te digo, que yo no sé nada de nada, pero, desde luego, la Policía menos. Solo hacen preguntar y preguntar, porque es que no tienen ni la menor idea de qué va este asunto.

- ¿Y qué vas a hacer ahora? ¿Dónde vas a vivir?

- ¿Dónde quieres que viva? En mi casa. He estado unos días fuera y ya tenía ganas de volver, que como en casa no se está en ninguna parte.

- Pero si te han entrado ya cuatro desconocidos, igual te pueden entrar más ¿no tienes miedo?

- Bueno, no sé si han entrado o los han metido, además, si viniera alguien mientras estoy yo sola, sí que me daría un susto, pero si aprovechan cuando estoy fuera… Bueno, la verdad, no creo yo que sigan apareciendo muertos y, lo más importante, es que no me apetece ir a ninguna otra parte. Estos últimos tiempos me siento muy cansada, solo tengo ganas de descansar, dormir, cuidar el jardín, dormir más...

De repente, Mercedes volvió a la realidad y dejó el tema de “sucesos” para otro momento.

- Lo siento, Teresa, te dejo porque tengo que ir a la peluquería, que me están esperando. Ya hablaremos otro rato. Y si necesitas algo, llámanos por teléfono ¿de acuerdo? Y cuéntaselo a Conchi, que su yerno es policía y te puede ayudar.

Yo continué andando hacia mi casa, mientras Mercedes iba directamente a la peluquería de la urbanización, donde estoy segura que los acontecimientos que me ocurrían se retransmitían casi en directo. Para decir la verdad, se de buena tinta que no solo comentaban lo que me había pasado, sino también lo que muchas de aquellas personas, sin nada que pensar y mucha televisión vista, imaginaban que pasaría o podía pasar. En un momento de inconsciencia, casi me sentí feliz de dar un poco de entretenimiento a tanta desocupada.

Al llegar a casa miré el reloj y vi que ya eran más de las 2 del mediodía. El teléfono estaba sonando.

-¡Mamá! ¿cómo puede ser que no consiga nunca hablar contigo? ¿Dónde estabas? En la comisaria me han dicho que te habían acompañado ya hace un rato a casa, pero no contestabas -era la voz de Olga en plan bronca.

- Es que acabo de llegar ahora mismo. He ido a comprarme comida, para no tener que volver a salir hoy - ¿Por qué no me llamabas al móvil?

- ¿Qué móvil, mamá? El tuyo está petrificado, no funciona ¿cuánto tiempo hace que no lo cargas? Bueno, escucha, he tenido que arreglar unos asuntos y no puedo llegar allí hasta mañana por la mañana. Concéntrate en lo que te digo: esta noche, te vas a dormir al hotel ¿has oído? Te vas al hotel, y te estás allí hasta que llegue yo, ¿de acuerdo?

- Pero ¡si no hace falta! ¿para qué tengo que ir al hotel?... pero bueno, si has de estar más tranquila ya iré. Gracias, hija mía, no estés preocupada.

- Cuídate. Te quiero mucho, mamá.

- Me preparé algo para comer -procuré tranquilizarla.

No sé por qué continúo comprándome carne, cuando no me apetece tomarla nunca, así es que me preparé una ensalada con atún y me tomé un yogur griego de postre. Me encantan los de limón especialmente. Después me puse a ver la tele, pero me entró mucho sueño y, aunque la primera tentación fue tumbarme en el sofá un rato, luego pensé que estaría mejor en la cama, así pues, me acosté sobre mi cama y al cabo de medio segundo me quedé frita.

A las 8 y media de la tarde yo seguía durmiendo tan ricamente y el teléfono sonaba con insistencia.

- Hola -dije.

- Mamá, por Dios, ¿cómo se puede ser tan inconsciente? ¿No te he dicho que te fueras al hotel esta noche? No me has prometido que sí que irías? -volvía a ser la voz de Olga- Es que no puede ser, haces lo que te da la gana y no te importa nadie, vas siempre a lo tuyo.

- Pero, hija mía, no digas esas cosas.

- Pero si es que es verdad. ¿Tú sabes cómo me tienes toda la tarde? Te he vuelto a llamar al móvil, pensando que ya estarías en el hotel, pero como no te has dignado cargarlo, está inutilizable. Ahora, aunque me parecía imposible que fuera verdad, te llamaba a casa por si habías decidido quedarte, pero tampoco contestabas. He llamado a los vecinos, a tus amigos, nadie tenía noticias tuya… ¡Estás jugando con nosotros!

- Perdona, chata, no sé qué me pasa, solo me apetece dormir y dormir, y cuando duermo no oigo nada -le expliqué.

- Pues si te apetece dormir, te aguantas, piensa un poco en los demás, por favor -me respondió mi hija con tono autoritario.

- Perdona -tuve que interrumpirle- cuelgo porque están llamando a la puerta.

- ¿A estas horas? ¿No irás a abrir? -me interrogó alarmada.

- Voy a ver quién es, seguramente será algún vecino.

- ¡Mamá! Escucha bien lo que te voy a decir. No cuelgues el teléfono y ves a ver quién te llama. Me dices a mi quién te está llamando a la puerta a estas horas, y yo, te diré si puedes abrir o no ¿has entendido? Es importante. Ves diciéndome lo que haces…

- A sus órdenes, jefa -y le empecé a narrar lo que iba haciendo- Me estoy mirando en el espejo, empiezo a bajar las escaleras, me acerco a la puerta… he mirado por la mirilla y son Marisa y Pedro.

- Vale, pues ahora les abres y les dices que te vas a ir a dormir a su casa.

- No, eso no lo haré, porque estoy mejor en la mía. Tranquila, y no llames más hasta mañana, que me tienes pendiente del teléfono todo el rato.

- ¿Qué estás pendiente del teléfonooooo? ¡Por Dios! ¡es increíble! Bueno, ya te arreglarás, haz lo que quieras. Hasta mañana. - Y colgó dando un golpetazo.

- Hasta mañana, cariño, y deja de preocuparte. Que tengas buen viaje - murmuré yo, ya sin interlocutora.

Mientras terminaba esta conversación, Pedro y Marisa ya estaban dentro de casa. Eran los vecinos de la casa de enfrente y, como teníamos la misma edad, habíamos establecido mucha relación.

- Era Olga, les dije. Como allí en Bruselas cenan a las 7, se cree que ya es medianoche. Mañana va a venir.

- No te quejarás, que se preocupa por ti.

- Sí, es verdad.

- ¿Cómo va? Me preguntó Pedro ¿No te hace impresión estar aquí sola?

- Pero aún no lo he entendido - dijo Marisa, como si estuviera reflexionando- ¿Te encontraste anoche cuatro cadáveres?

- Bueno, anoche fueron dos, y hoy por la mañana otros dos. Aunque los primeros eran más bien esqueletos.

- Pero ¿qué hacían aquí? ¿Quiénes eran?

- Pues no se sabe -contesté. Mientras tanto, la fértil imaginación de Marisa ya estaba elaborando diversas teorías:

- A lo mejor venían a robar a tu casa y coincidieron con otros y se destruyeron entre ellos. O te han dejado los muertos para inculparte a ti, alguien que quiere acabar contigo…

- ¡Que bruta eres! - le recriminó Pedro- ¿quién va a querer hacerle daño así porque sí? Debió ser un ajuste de cuentas entre ellos, ya se descubrirá. A lo mejor los cadáveres trajeron a los esqueletos porque se lo pidió alguien y resulta que una vez depositados en el garaje, en vez de pagarles lo que les habían prometido, se deshicieron de ellos.

- No puede ser -razonó Marisa- ¿quién estaría interesado en descargar dos esqueletos en este garaje, con el peligro de que alguien los viera durante la faena? Para eso igual los hubieran podido dejar en la calle y no se tenían que molestar tanto. Yo creo que, lo más probable, es que te quisieran inculpar concretamente a ti - dijo mirándome fijamente a los ojos.

Como sonaba de nuevo el teléfono, tuve que interrumpir sus elucubraciones:

- Perdonad, cojo el teléfono, porque luego se preocupan. Hola, ¿quién eres?

- Soy tu cuñada Ángeles. Parece mentira que me haya tenido que enterar de lo que te ha pasado por Radio Huesca. Nunca me lo hubiera podido imaginar.

- Ángeles, pues puedes creerte que aún no se lo he dicho a nadie de la familia, solo lo sabe Olga -me excusé.

- Pero ¿qué dicen? -continuó mi interlocutora- ¿Qué te has encontrado cuatro muertos en casa?

- Sí, es un poco largo de explicar. Estoy ahora con Pedro y Marisa, mañana te llamo y te lo cuento todo.

- Mañana por la mañana me tienes ahí -continuó mi cuñada.

- No, no hace falta, de verdad. Va a venir Olga a estar conmigo.

- Bueno, pues la recojo en el aeropuerto y venimos juntas.

- Angeles, preferiría estar a solas con ella, un poco tranquilas, y cuando ella se vaya te vienes unos días conmigo para hacerme compañía ¿te parece bien? Dime ¿me puedes hacer un favor? Llama a la familia y cuéntales que estoy bien y está todo bajo control, ya les iré llamando yo más para adelante, es que no tengo tiempo de nada. Me he pasado la mañana en la comisaria…

- ¿Te han detenido? -preguntó alarmada.

- No, ¿por qué me tenían que detener? Me preguntaban cosas… -le dije para tranquilizarla. 

- Ah, claro, te han estado interrogando -resumió ella...

De repente me sentí muy cansada, casi no tenía fuerzas para hilvanar una idea, y mucho menos para explicarla, así es que procuré acabar con la conversación:

- Bueno, Ángeles, en ti confío, informa a la familia y ya hablaremos con más calma. Un abrazo.

- Cuídate mucho y tómate alguna valeriana para dormir -me aconsejó, u ordenó.

Marisa y Pedro lo miraban todo como si estuvieran en una función de teatro, estaban expectantes.

- Bueno, jóvenes -les dije yo- iros tranquilos a casa y mañana será otro día. No os preocupéis por mí, que si oigo algo raro saldré por la ventana a gritar, así es que seréis los primeros en saber que algo está pasando. Gracias por todo, de verdad, estoy más tranquila sabiendo que os tengo cerca.

-¿Has vuelto a visitar los lugares de los hechos? -me dijo Pedro de repente, en plan enigmático

- ¿Qué quieres decir, si he vuelto al garaje o al cuarto de lavar? Pues todavía no -le contesté..

- Pues si quieres vamos a inspeccionarlos un momento, no hayan olvidado algo los asesinos -se ofreció voluntarioso.

- Pero si ya lo miraron de arriba abajo los polis… -argumenté.

- Podría habérseles pasado algo por alto -añadió Pedro.

- ¿Sabes qué? - añadí de forma autoritaria- Lo dejamos para mañana, ahora estoy demasiado cansada ¿de acuerdo?

- Como quieras -me contestó Pedro- mañana, allá a las 10, vendré para ayudarte a investigar.

- Tranquilo, cuando me levante te llamo -les dije acompañándolos a la salida.

Y así, conseguí que se fueran ¡finalmente! mis solícitos visitantes.

Yo tomé un par de mandarinas, miré el reloj, vi que ya eran las 10 de la noche y, como no me apetecía mirar la tele, me fui a la cama con mi revista de pasatiempos.

Al cabo de un minuto, más o menos, ya estaba dormida, eso sí, en ese minuto me acordé que todavía no había llamado a Daniel, mi hijo. ¿Cómo me había despistado? ¿Se lo habrá dicho Olga? A ver si me acuerdo de hacerlo en cuanto me despierte, ahora ya es tarde.

Novela por entregas. SIN TÍTULO. 4

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(Para no dar pistas)

 

Capítulo 4º

Dos de las víctimas ya tienen nombre y rostro


A las 10 en punto de la mañana ya me estaban llamando a la puerta, eran Pedro y Marisa con el periódico local. En portada se podía leer: “Hallazgo de cuatro cadáveres en una casa de la Urbanización “La Sierra”, y el articulista explicaba que en aquella casa residía una mujer sola, de 68 años, que había vivido muchos años en el extranjero y que no era muy conocida en la zona. Para ilustrar el tema, se veía una foto del momento en el que la Policía me venía a buscar a casa para llevarme a la comisaría. Menos mal que no pusieron como pie de foto “presunta asesina” o algo parecido, aunque la verdad, parecía que me llevaban detenida y eso no estaba nada bien...

Al entrar en casa Pedro y Marisa, además de personas varias, conocidas y sin conocer, que estaban por allí fuera merodeando y comentado las noticias aparecidas en la prensa, invadieron mi salón como si fuera una caseta de feria. Me leían párrafos enteros de noticias dedicadas a mi persona, como si me tuviera que hacer gracia las tonterías que decían sobre mí. Otros me lanzaban miradas recelosas, como si pensaran que podía atacarles en cualquier momento. En medio de este jaleo, empezó a sonar el teléfono fijo ¡aún no había cargado el móvil! Daniel me llamaba desde Brasil.

- Perdona, hijo mío, no he podido llamarte antes -le dije.

- No te preocupes ¿estás bien? - me dijo él.

- Yo sí, pero se ha organizado un circo por aquí, que no veas.- le expliqué-  ¡Que cosas raras me pasan! ¿ verdad? Hasta que no descubran lo que ha ocurrido, me da la impresión de que me van a agobiar mucho… Tú, tranquilo, no te preocupes de nada. Hoy vendrá Olga y ya te lo explicaremos todo mejor. Ahora te tengo que dejar, porque ha entrado mucha gente en casa y me temo que van a empezar a llevarse cualquier cosa del salón como recuerdo. ¡Horror! -se me escapó esta exclamación- una señora ha venido a decirme que le gustaría mucho visitar el cuarto de la lavadora, que si podía acompañarla… Te quiero mucho, cariño, pero ahora tengo que colgar para frenar a estos locos. Besos para todos, ¡cuelgo ya!

No tardó ni medio minuto en volver a sonar el teléfono. Era el comisario, para decirme que tenía que comunicarme unas novedades y que iba a venir a visitarme.

Como pude desalojé a la gente de casa, Pedro y Marisa incluidos, puse a cargar el teléfono y me senté a desayunar. Al topar mis ojos con el periódico que me habían traído mis vecinos, en el que aparecía mi casa en la portada, me dio un vuelco el corazón y me di cuenta ¡al fin! de lo que me venía encima.

El comisario Sánchez no se hizo esperar y nada más llegar me preguntó, pregunta retórica donde las haya, que cómo estaba.

- ¿Cómo quiere que esté? Muy enfadada, porque yo, una pobre víctima de unos desconocidos, a los que les ha dado por matarse en mi casa, me he convertido en carne de cañón para la prensa de toda la provincia.

- Si se refiere al interés que ha despertado su caso en los medios de comunicación y al público en general -dijo el "poli" satisfecho- puedo asegurarle que no se limita solo a esta provincia, sino a toda España.

- ¡Madre mía! ¡no me diga eso! -exclamé-   ¿Y a Vd. le parece bien? ¿dónde está el derecho a la intimidad, la presunción de inocencia? porque esta es otra, falta un pelín para que me llaman “la asesina de Huesca” y no sé cómo se podrá limpiar mi imagen, cuando todo esto acabe.

- Si Vd. es inocente, no se preocupe que todo se aclarará -sentenció Sánchez.

Me exasperaba este hombre ¿a qué estaba jugando? ¿Cómo se atrevía a decir “si Vd. es inocente”?

- Mire -le dije- me siento completamente desprotegida. Si su misión es precisamente la de cuidar a los miembros de la sociedad y darles seguridad, creo que yo también formo parte de esa sociedad, así es que también tienen la obligación de defender mis derechos y ayudarme, porque yo no tengo la culpa si he sido víctima de unos intrusos, que han convertido mi casa en un osario.

- Sí, lo sé, es un caso complicado… -me interrumpió- bueno, yo quería verla porque ya hemos identificado a la pareja que se encontraba en el cuarto de la lavadora. Se trata de Toni Lemonière y Fàtima G. Blanche, de París. Esto abre un poco más la investigación, dada la nacionalidad de la joven, y no habría que desechar un caso de terrorismo.

- ¿Alguien ha venido a inmolarse en el cuarto de la lavadora de mi casa? -pregunté.

- Inmolarse no, recuerde que es evidente que a ellos alguien les rompió el cráneo de un golpe, pero permítame que no le cuente nada más, pues no puedo divulgar la información que tenemos. Una cosa es importante. Le he traído fotos de estas personas, y tendría que examinarlas bien, para ver si las reconoce, porque quizás han coincidido con Vd. en alguna parte.

El comisario sacó dos carnets de conducir de los jóvenes asesinados y, mientras me los daba no me quitaba los ojos de encima para ver cuál era mi reacción, igual esperaba que dijera algo así como “¡Oh, sí, son ellos!”.

El caso es que a mí no me decían nada aquellas dos caras. Soy una fisonomista muy mala, pero bueno, creo que si conociera a uno u otro hubiera podido recordarlos.

Cuando se cansó de mirarme, mientras yo contemplaba absorta y triste aquellos rostros de dos jóvenes que habían visto sus vidas truncadas (en mi casa) el comisario Sánchez se levantó y, despidiéndose rápidamente, se marchó.

Pasaron unos días muy difíciles de llevar, menos mal que estaba mi hija para poner un poco de orden en todo aquello. Teníamos que tener el teléfono descolgado porque día y noche sonaba. Eran amigos, o familia, vecinos, periodistas o gente en general, unos me ofrecían ayuda, otros me acusaba de todo. Yo dormía mucho, era mi manera de sobrevivir a todo aquél delirio. Pensaban que era por efecto de algún sedante, pero lo cierto es que no tomaba nada en especial, simplemente tenía mucho sueño y me sentía muy cansada.

Al cabo de una semana Olga se fue y justo al día siguiente me vinieron a buscar unos policías para llevarme a la comisaria, pues según me dijeron, tenía que hacer una identificación.

Cuando llegué allí, Sánchez estaba radiante, parecía que habían pasado los Reyes Magos por su despacho. Me dijo “siéntese, por favor, siéntese” señalando una silla y me miró con aire triunfal, disfrutando del momento que me preparaba.

- Así, pues, Vd. dijo que no conocía de nada a los jóvenes asesinados en su casa ¿verdad? -me interrogó.

- Así es -asentí.

- ¿Y qué podría responderme Vd. si le dijera que me ha mentido?

- No he mentido -rebatí.

- Vaya, vaya, muy segura está. Le voy a enseñar una fotografía que quizás le haga cambiar de opinión.

Entonces, abrió una carpeta que tenía sobre su mesa de trabajo y extrajo de ella una foto que me pasó para que examinara… Casi me da el patatús definitivo. Se notaba que era una ampliación de una foto de grupo, pero el caso es que se veía la cara sonriente del joven muerto, que me pasaba la mano, a mi, por detrás del hombro, y la expresión de mi cara no podía ser más sonriente y feliz.


- Es el muerto ¿verdad? -me interrogó Sánchez

- Pues sí que lo parece -dije yo.

- Y está con Vd. y da la impresión de que se lo están pasando bien ¿eh? Porque no se hará fotos así con desconocidos ¿verdad? -continuó diciendo.

- ¿Podría ver la foto completa? -me atreví a preguntar.

- Lo verdaderamente importante lo tiene aquí -contestó Sánchez dando un golpe seco encima de la foto.

- Es que si supiera dónde está hecha -dije yo-, podría deducir de qué conozco al chico.

- Pues no se preocupe, que la va a tener entera y fragmentada, porque creo que ha habido alguna filtración y me han avisado de que ya la tiene la prensa… Una pena, sí, porque no va a ser fácil explicar que hubiera tanta camaradería entre Vd. y uno de los asesinados en su casa, cuando Vd. negaba rotundamente que los conociera… Esto ya no se puede parar, así es que ya sabe lo que le espera, la opinión pública va a ponerse en contra suya

¿Cómo se puede ser tan malo? pensaba yo mirando la cara de felicidad de Sánchez. ¿Qué mal le he hecho yo a este hombre para que busque mi ruina de esta manera?

- Es por eso -continuó el tipejo- que yo le recomendaría que se ausentara de aquí unos días. El caso ha levantado mucha expectación y puede que sufra represalias y molestias.

- Perdone -le contesté- ¿represalias dice Vd.? ¿no iría mejor cualquier otro calificativo? ¿quién puede querer vengarse de algo malo que he hecho, si no lo he hecho? Soy inocente, así es que procuraré aguantar hasta que se les pase.

Al regresar a casa, me quedé paralizada. Se ve que la foto en la que se me veía alegre con el muerto, cuando estaba vivo, se había divulgado ya y la gente hacía sus razonamientos “Si fuera inocente, no tendría necesidad de mentir”, se decían ¿por qué querrá ocultarlo? Me quedé helada al ver y leer la cantidad de pancartas y pintadas que adornaban la pared de mi casa, la puerta del garaje, el muro del jardín, etc. dando cuenta de la imaginación popular: “Esto es una urbanización, no un campo de exterminio”, “Fuera de nuestras casas, lejos de nuestros niños”, “Teresa, bien que colecciones hueveras, ¡pero no muertos!”, en clara alusión a mi famosa colección.

Con todo este ambiente, comprendí que la vida allí en la urbanización iba a ser difícil, y decidí marcharme. Sólo me fastidiaba hacerlo porque eso suponía seguir el consejo que me había dado Sánchez, lo que disparaba mis alertas y me sugería que no debía ser bueno para mi.

Pero no tenía serenidad para pararme a estudiar los pros y los contras, y me hice la maleta para irme unos días a Barcelona, allí teníamos todavía el piso donde habíamos vivido unos años, y que utilizábamos toda la familia como estación de paso o residencia eventual, cuando había que ir a médicos, etc. Creía que pasaría inadvertida.

Nada más lejos de la realidad.

Novela por entregas. SIN TÍTULO 5

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(Para no dar pistas).


Capítulo 5

BARCELONA


Llegué a Barcelona con el autobús que hace regularmente el trayecto Huesca-Barcelona y, puedo decir, que ahora comprendo cómo se sienten los famosos cuando todo el mundo les mira, es una situación muy incómoda. Me sentía observada continuamente. El chófer, al pedirme el billete, me miró con un recelo poco disimulado, igual pensaba que iba a sacar un kalashnikov para empezar a cargarme a los pasajeros. La señora que tenía que sentarse a mi lado, le dijo en voz alta al conductor que se cambiaba de sitio para tener más espacio y “respirar mejor”, alusión a mi persona (por la mirada de asco que me echó) y que el hombre cogió al vuelo pero que yo sigo sin entender, porque no se relacionar para nada sus pulmones con mi presencia.

Bueno, refugiándome en los crucigramas, dameros, sopas de letras, etc. conseguí llegar a Barcelona ignorándolos a todos. Hasta eché una cabezadita en mi asiento.

Nada más llegar al piso, me tumbé en la cama porque estaba muy cansada, pero como no me sentía tranquila, me puse a mirar los periódicos que me habían traído Pedro y Marisa a casa por la mañana, y que publicaban la famosa foto.

Leyendo las barbaridades que decían, aún no sé cómo los pasajeros del autobús no me lincharon. Según publicaban, habían sabido por fuentes bien informadas (Sánchez) mis vinculaciones con el terrorismo (chico cadáver de la cocina y de la foto conmigo, más Fátima, su novia), aunque había quien tenía la teoría (Sánchez) de que yo era nada más y nada menos que una asesina en serie.

Hasta aquí hemos llegado, pensé. Hay que reaccionar ¡ya! Reflexionemos… y clavé mi mirada escrutadora en la foto del escándalo.

¿Quién es este joven? ¿Dónde estaba hecha la foto? ¿Por qué demonios no ofrecen la foto entera? Inmediatamente llamé a Sánchez. Me costó perder bastante tiempo con una y otra espera, pero finalmente pude hablar con él.

- Hola, Sr. Sánchez, tal y como Vd. me aconsejó (¡mentira!) me he marchado de casa unos días. Estoy en Barcelona, a ver si descanso un poco. Lo que le agradecería mucho es que me enviara, hoy mismo, por correo electrónico, la foto original que se ha publicado en los periódicos, es decir, que se vea todo lo que hay en esa foto.

- No sé por qué tiene Vd. tanto interés en esa foto -me dijo con toda la desfachatez del mundo- porque básicamente lo que se ha publicado es todo lo que se ve en ella.

- Sr. Sánchez, es muy importante para mi verla entera, completa, a lo mejor observo algún pequeño detalle que me ayude a ubicarla, en el tiempo y en el espacio.

- Si eso le ha de solucionar sus problemas... -me dijo de mala gana- ya ordenaré que se la envíen.

- Sr. Sánchez, la necesito hoy, ahora, cuanto antes. Prométame, por favor, que me la va a mandar hoy -insistí.

- Haré lo posible -me respondió él.

- Muchísimas gracias, confío en Vd. -¡mentira gorda1 dije para mi.

Eran las 4 de la tarde, pensé que de momento no podía hacer nada más y, ahora sí, me entró la somnolencia y me quedé dormida.

Cuando me desperté ya eran las 8 de la tarde pasadas y me di cuenta que no había comido en todo el día. También constaté que no tenía nada comestible que pudiera llevarme a la boca (no me apetecía hacerme pasta, ni arroz, etc.) y lo último que quería era volver a salir al mundo y aguantar miradas impertinentes, así es que pedí algo para cenar. Para que el repartidor no me reconociera, que no me extrañaría nada, pedí comida china, a ver si había suerte y la repartía un chino/a, pues no creo que él, o ella, se interesaran por lo que pasaba en Huesca.

Mientras esperaba la cena, abrí el ordenador para ver si había noticias de mis hijos y, para sorpresa mía, porque me había olvidado de este asunto completamente, vi un mensaje de Sánchez, enviándome la famosa foto completa. Hasta escribiendo destilaba veneno. Decía el texto: “Adjunto la foto solicitada, espero que facilite la identificación de su amigo”.

Abrí como una loca rápidamente el anexo y allí estaba la solución de un dilema y el principio de otro.

La foto mostraba tres rostros sonrientes. A la izquierda, se podía ver a mi amiga Claudine. A la derecha estaba yo. Y en el centro, pasando su brazo alrededor nuestro, en actitud alegre y de camaradería, se encontraba el joven asesinado.

La clave estaba detrás nuestro, donde podía verse una mesa de stand de feria, llena de libros y papeles y, colgadas por los murales, láminas con árboles genealógicos. Yo también tenía en casa fotos de aquél día, aunque en ellas no aparecía el chico en cuestión.

Aquellas imágenes fueron tomadas en un Encuentro de Genealogía en el que participaba el Círculo de Genealogía al que yo pertenecía. Fue un domingo, y Claudine y yo tuvimos el turno de mañana. No recuerdo exactamente el nombre de la localidad donde se celebró, pero estaba cerca de Bruselas. Recuerdo que cuando preparamos nuestro stand, entre los libros y trabajos de nuestros socios, coloqué un libro que yo había escrito sobre historia local, que concernía a algunos pueblecitos de los Pirineos. Y recuerdo, que varias personas de las que nos visitaron se interesaron por el trabajo, porque tenían antepasados españoles. No me acordaba de nada más, pero mi corazón latía a mil por hora porque tenía la corazonada que allí estaba la clave. Pensé que tenía que contactar con Claudine inmediatamente.

A pesar de la hora que era, demasiado tarde para llamar a un belga, decidí hacerlo, pero no obtuve respuesta. Bastante desesperada, seguí llamando hasta las once de la noche, pero no conseguí nada, así es que decidí aparcar el tema para el día siguiente. De momento, y entre llamada y llamada, el chino, la cena, etc. le escribí un mensaje a Sánchez para decirle donde estaba tomada la foto. No tuve respuesta, comprendí que no era buena hora.

Localizar a Claudine no fue fácil, pero gracias a algunas buenas amigas que teníamos en común, al final lo conseguí. Se había cambiado de piso, aunque seguía en su barrio, prácticamente en la misma manzana. Una vez que pude ponerme en contacto con ella, le pregunté si se acordaba de cómo nos fue aquél día del Encuentro de Genealogía y ella sí, se acordaba de todo, visitantes,  anécdotas, etc. Casi me arrepentí de haberle dado semejante oportunidad de hablar, porque la aprovechó. Después de rememorar mil aventuras e incidentes que nos ocurrieron aquellas pocas horas, en las que estuvimos como responsables en el mostrador de nuestro Círculo, espontáneamente sacó a colación a aquél “jeune garçon” que se quedó tan emocionado al descubrir en mi libro el árbol genealógico de su familia. Le pregunté si recordaba cuál era su apellido y, aunque me dijo que sí, en aquél momento no le venía a la cabeza... Ya me estaba poniendo muy nerviosa cuando, de repente, me dijo:

-Se llamaba Antoine Lemonière. Oui.. -y continuó, lanzada en francés, diciendo más o menos esto: 

- Je me rappelle très bien, car j’ai des amis avec ce nom de famille. Il a cherché le nom de famille de sa mère dans ton travail. Ses grands-parents maternels sont venus en France après la guerre. Ils venaient d’une petite ville pas loin de la vôtre, tu te souviens de cette histoire? Il était ravis quand il a trouvé toute sa branche familiale dans ton livre. Il a pris des photos de nous trois ensemble. Je les garde encore.

¡Sí! Ya me acordaba de todo, bueno ¿de todo? Era un joven muy simpático, educado, se había empezado a interesar por la genealogía hacía poco ¿Qué apellido tenía su madre? ¿De qué pueblo eran sus abuelos?

Claudine ya me había dado toda la información que tenía, ahora era yo la que tenía que espabilar y encender alguna luz en la memoria. Y de repente me vino más que una luz un rayo superluminoso: era Mur, su apellido era Mur, estaba segura. Del pueblo no había manera de recordar nada, no tenía ni idea cuál era, pero seguramente la solución podía dármela aquél libro.

Lo localicé enseguida entre los trabajos que me guardaba y fui corriendo a ver el apartado de los Mur, donde había más información que en la CIA. Varias ramas familiares, tal vez descendientes de un solo tronco, tenían casa solariega en Plan, Serveto, Sin, Foradada, Barbaruens, Chía, Campo… Repasaba una y otra vez los nombres de las personas, de los lugares, y no conseguía relacionarlos con el Tony Lemonière, pero estaba segura que cuando menos lo esperara, descubriría la conexión.

Los días siguientes fueron de una actividad frenética, sin salir de casa. Muy resumido, diré que consulté listas de naturalización de aragoneses en Francia, censos de los pueblos de la provincia, datos varios que tenía sobre ese apellido, matrimonios en los archivos departamentales franceses… Mi buena amiga Claudine, hacía la investigación de calle en Bruselas: con la foto del difunto, preguntaba a funcionarios españoles, a franceses, a otras asociaciones de genealogía que asistieron a aquél Encuentro… Visitó el Consulado y no sé cuántas otras cosas hizo, que me explicó con detalle, pero que yo no “absorbí” del todo, porque estaba desbordada. Al cabo de nueve días, creo, recibí una llamada suya:

- Teresa, surprise! Je l´ai trouvé!

- No puede ser ¿Estás segura? ¿Qué has encontrado exactamente? -le dije, con el corazón en un puño y sin poder concretar ninguna pregunta de tantas que quería hacerle.

- Tu sais, j’aime arriver à la fin de mes recherches et bien vérifier tous les donnés, et je peux te dire maintenant, que je connais TOUT sur le jeune garçon de la photo.

- Claudine, ¿estás en tu casa? Te llamo yo y me lo explicas todo, pero todo todo ¿de acuerdo? -no quería que gastara dinero con la conferencia, pues ella controla mucho sus gastos.

Así es que la llamé y me lo explicó. Ella, gracias a nuestro Círculo de Genealogía se había puesto en contacto con un funcionario francés de la U. E., llamado Víctor, que reconoció a Tony, el chico encontrado en mi casa (ya sabemos en qué condiciones). Le contó que el mencionado Tony, vivía en París y había venido a pasar aquél fin de semana con él a Bruselas, y juntos fueron al encuentro de genealogía donde le conocí. Le dio a Claudine el número de teléfono de los padres de Tony.

Pero Víctor, muy impresionado por la noticia de la muerte de su joven amigo, de la que se enteró por Claudine, aún hizo más. Llamó a la familia de Tony para darles el pésame y les pidió si podría pasar a visitarlos un día. La verdad es que la colaboración de este chico resultó decisiva. Había lamentado mucho la pérdida de Tony, y le indignaban las informaciones publicadas en la prensa sobre su pertenencia a un grupo terrorista, o la hipótesis de que pertenecía a una banda de malhechores, etc. Por otro lado, las tentativas de la policía de involucrarme en el caso, tal como le había explicado Claudine, le parecía que carecían de la más mínima credibilidad, así es que decidió viajar a Toulouse, donde vivían los padres de Tony, para tratar de comprender lo qué había sucedido. Y así lo hizo el siguiente fin de semana. 



Novela por entregas. SIN TÍTULO. 6

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(Para no dar pistas...).


                                        Capítulo 6

Recogiendo información y preparando la ofensiva



 Después de su viaje a Toulouse, Víctor, vía Claudine, me transmitió el resultado de las pesquisas, que era este:

1.- Tony se había ido de vacaciones a España, porque quería visitar el pueblo donde había nacido su madre. Solo había estado allí una vez, cuando era pequeño, y no había hecho nada por volver, pero, en ese momento de su vida y tal vez por influencia de Fátima, su novia, se sentía interesado en conocer sus raíces familiares; saber cuál fue el modo de vida de su familia materna; dónde y cómo vivieron sus antepasados, y ver si se sentía parte integrante de aquel mundo, al que, al menos una parte de él, pertenecía.

2.- Tony se había ido con Fátima en coche, y tenían pensado alojarse en un hotel de Huesca. Según les contó a sus padres, pensaba encontrarse con un familiar con el que había establecido contacto por internet.

3.- Su familia no sabía nada más. Tony era muy buen chico pero reservado y, ya se sabe cómo es la gente joven, si por casualidad se ponía a contarles algo y ellos le hacían una pregunta más de la cuenta al respecto, se cerraba en banda otra vez,y no conseguían sacarle nada más. Así es que no hubo manera de saber, con qué familiar pensaba encontrarse en Huesca. Eso sí, cuando llegó allí enseguida les llamó por teléfono para decirles que habían tenido buen viaje y que todo iba bien.

Vale, pensé, si se relacionaba con alguien del pueblo ¿por qué nadie había dado ninguna información sobre él, después de publicarse su foto e identidad? Un poco raro era esto... Así pues, lo primero que había que hacer,  era averiguar con quién  había establecido contacto Tony y, para saber eso, había que volver al lugar de los hechos, mi casa. 

Vuelta al hogar.-

Pillé el autobús al día siguiente, tan pronto como pude y sin consultar con nadie. Aproveché el trayecto para enviar mensajes a la familia, avisando del cambio de residencia, para que no les diera por pensar que me habían raptado o alguna cosa semejante. Una vez en Huesca cogí un taxi en la estación, que me llevó a nuestra urbanización. El conductor del autobús, no paró de mirarme por el espejo retrovisor todo el tiempo, pero ni él me dijo nada ni yo tampoco. Entonces comprendí por qué me había ido…

Cuando llegué a casa sentí una sensación agradable, allí estaban mis cosas y sentía la presencia de un montón de recuerdos entrañables a cada instante ¿por qué tenía que renunciar a esto por culpa de unas mentes retorcidas? ¿Qué le había hecho yo a aquél asesino en serie para que hubiera elegido mi casa como base de operaciones?

Al poco de estar allí encendiendo luces y revisando todas las habitaciones, por si encontraba a algún intruso, vivo o muerto, llamaron a la puerta. Era Pedro:

- Pero ¿qué es esto? ¿Vienes sin avisar? Te hubiera podido ir a buscar a la estación -me dijo.

- Hola, Pedro, gracias, no hacía falta molestaros. ¿Cómo estáis? ¿Cómo van las cosas por aquí? -le pregunté-. Nosotros estamos bien, pero, la verdad, si me hubieras pedido consejo sobre si debías volver o no, pues te hubiera dicho que no.

- ¿Aún piensan mis vecinos que colecciono cadáveres? ¿No se quedaron tranquilos cuando se vio dónde y por qué existía aquella foto mía con una de las víctimas?

- Bueno, ya sabes que no hay peor sordo que el que no quiere escuchar, el que quiere pensar mal siempre tiene motivos.

- Pues peor para ellos. Disculpa, Pedro, ahora no me puedo entretener porque tengo que hacer un par de llamadas. Ya pasaré a saludar a Marisa, o que venga ella cuando quiera ¿de acuerdo?

- ¿Necesitas que te compremos algo? Tengo que ir al supermercado ahora.

- No, gracias, ya pediré por teléfono. Perdona si no te hago caso.

Cuando se marchó, me puse a hacer lo que estaba programando mentalmente mientras hablaba con él:

Primero, avisar a Sánchez de que ya estaba de regreso; se iba a pegar un susto (evito decir de muerte, por si acaso). Segundo, llamar al supermercado para que me trajeran un pedido, porque tenía hambre. Tercero, ponerme en contacto con la prensa local. Si se podía destruir a una persona con un artículo, también se debería poder salvarla.

Empecé con la lista de mis deberes, es decir, llamar al comisario:

- Hola, Sr. Sánchez, soy Teresa Fuster, le llamo para decirle que ya he regresado y estoy otra vez en casa -le dije.

- Sí, ya me había enterado -me contestó secamente.

- ¡Sí que está Vd. bien informado! -le dije.

- Todo lo que atañe a la seguridad pública, es una prioridad para este departamento.

¡Toma ya! pensé, yo también "ataño" a la seguridad pública y no me hace ni caso.

- Bueno, pues -le contesté sin entrar al trapo- si le puedo ser útil en algo, aquí estoy.

- Lo tendré en cuenta. Gracias por llamar -y me colgó de golpe, a lo bruto.

Me quedé pensando unos segundos, ¿de verdad sabía que había vuelto o se marcó un farol? En el primer caso ¿quién se lo había dicho, si no vi a nadie? La verdad es que podía haber sido cualquiera, porque en un lugar así una ventana cerrada tiene ojos, pero resultaba muy inquietante.

Pasé al punto 2. Hice por teléfono el pedido al supermercado y creo que exageré un poco, porque más que para atender las necesidades de una persona daba la impresión de que era para alimentar a una familia numerosa, pero es que no quería perder el tiempo cada día con compras.

Punto 3. Prensa local. Llamé por teléfono al periódico principal, E.D.A. del que no digo todo el nombre porque no es cuestión de hacer publicidad a nadie, no vaya a pensar algún listillo que me han subvencionado este libro.

Me identifiqué y pedí a mi interlocutor si podía ponerme en contacto con el responsable de los temas de sucesos o la persona que hubiera tratado mi caso, que, por supuesto, todavía era actualidad.

Rápidamente se puso al teléfono un señor, que dijo estar muy interesado en mi versión de los hechos, y quedamos que aquella misma tarde vendría a verme. Me pidió que no avisara a nadie más antes de hablar con él, y le dije que no había problema, le esperaría. A las 4 en punto de la tarde, ya estaba en casa.

El periodista se llamaba o, mejor dicho, se llama, Javier. Es un joven de unos cuarenta y pico años, alto y un poco desgarbado. No se sabe muy bien por qué, pero emana de su persona una sensación de fragilidad, de inseguridad. Quizás esta impresión es el resultado del mensaje que transmite su estructura ósea, que se percibe poco estable, inclinada, insegura, como si estuviera empezando a desmoronarse. La asimetría de los hombros, uno más alto que el otro; la ligera curvatura de su columna vertebral; unos brazos que no se acaban nunca, con las manos colgándole en los extremos, que la la impresión de que más que prestarle algún servicio le están estorbando, todas estas cosas y otras particularidades, le daban ese aire poco firme e indeciso. Y el que esa falta de determinación y dureza acompañara también su manera de ser y de pensar, era una esperanza para mí. Mejor dudar que creerse un superdotado en posesión de la verdad. De todos modos, después, al ir conociéndolo, descubrí que era una persona más fuerte y determinada de lo que había imaginado en aquellos instantes, para mi bien.

Le ofrecí un café y nos sentamos alrededor de la mesa del comedor. Me pidió si podía grabar la conversación, a lo que asentí, y él tomaba sus notas en una libreta.

Empecé la conversación:

- Javier -le dije, tuteándolo porque era tan joven como mis hijos y no me salía decirle de usted- sé que este caso que te voy a contar es bastante rocambolesco y difícil de entender, yo soy la primera que no comprendo qué es lo que ha podido pasar. Los hechos ya los conoces, pero de la manipulación que se ha hecho de ellos no sé si estás al tanto. Podemos poner como ejemplo de ello, el uso que se hizo de la famosa foto en la que una de las víctimas aparece conmigo.

Después de que saliera prácticamente en toda la prensa nacional, yo envié la imagen original a todos los medios, en la que se nos veía a los dos, a una de las víctimas y a mí, con una amiga, pero prácticamente nadie la ha publicado. Así pues, el lector, o la persona que la vio por televisión, se ha quedado solo con la primera imagen, la que insinuaba que había una buena relación entre uno de los muertos y yo, y que yo lo había querido ocultar. 

- Javier -proseguí- yo no sé lo que está haciendo la policía, a mí no me cuentan nada, pero para mí es muy importante solucionar este asunto pronto. Mi vida ha cambiado de la noche a la mañana totalmente. La gente me mira con recelo, se especula con lo que no se sabe, remueven en la vida de mis padres, de mis hermanos, no es justo, yo no he hecho nada malo.

- A la gente le extraña que no hayas contratado un abogado -dijo él.

- Pero ¿para qué? Yo no estoy acusada de nada, nadie me tiene que defender ante nadie. Sin embargo -admití- me gustaría mucho contar con alguien de plena confianza que pudiera trabajar conmigo para hacer la investigación que yo personalmente no puedo hacer, porque soy demasiado visible. ¿No conocerás a alguien que pueda ayudarme?

- ¿A qué te refieres exactamente? -me preguntó. El también me tuteaba, le debía recordar a su madre.

- Mira, unos amigos me están ayudando desde Bélgica y Francia. Uno de ellos ha ido a hablar con los padres de Tony, una de las víctimas. Ellos le comentaron que su hijo les llamó por teléfono cuando llegaron a Huesca, para decirles que todo iba bien y que se alojaban en un hotel. No tiene que ser difícil, sabiendo los días que estuvieron aquí, recabar información del hotel en el que estuvieron. Seguramente la policía ya lo habrá hecho, pues probablemente dejarían su equipaje abandonado, pero dada la falta de comunicación que existe entre Sánchez y yo, no he podido saber nada de todo eso.

- No te preocupes, conozco la persona adecuada, es de aquí, de toda la vida, y conoce a todo el mundo y a los padres de todo el mundo... €l te ayudará. Se llama Joaquín y estoy seguro que se tomará con interés tu asunto, ya verás cómo te llamará esta misma tarde o por la noche, lo más tardar. Ya quedaréis entre vosotros.

- Teresa -me dijo meditando sus palabras- me interesa este caso, porque creo que dices la verdad. Voy a hacer todo lo posible para que puedas demostrar que no tienes nada que ver con lo que ha pasado en tu casa. Sólo quiero pedirte una cosa, y es que confíes en mí y me dejes apropiarme un poco de tu historia. Lo que me has contado, si lo escuchan cinco personas harán cinco versiones distintas, y yo creo que eso no es bueno. Es mejor elegir la más conveniente y trabajar para hacerla consistente y convincente.

- Hecho, no voy a llamar a ningún periodista más. Eso, sí, Javier, creo que tenemos que tener mucho cuidado y no confiar en nadie. No es fácil en un entorno como el nuestro mantener un secreto, pero es que tenemos el enemigo en casa y, para vencerle, nadie debe saber nada de lo que hacemos.

Antes de acabar la frase, el timbre de la puerta sonó. Allí estaba Pedro que, como era habitual, ya se había plantado en el recibidor.

- ¿Cómo van las cosas? ¿Todo bien? Hombre, pero si tienes visita (dijo estirando el cuello hacia el salón).

-¿Qué tal, don Javier? -le preguntó mientras seguía su avance hacia la sala, pues parece ser que se conocían desde hace tiempo- ¿Informándote en el lugar de los hechos? ¿Lo publicarás mañana?

- Hola, Pedro, sí, aquí estamos hablando con Teresa -contestó Javier con voz firme- Si no te importa, me gustaría continuar la entrevista, porque tengo que marcharme enseguida.

Y, ante semejante corte, Pedro no tuvo más remedio que elevar anclas, mientras con un tono de voz un poco burlón decía:

- Vale, vale, me voy, que no quiero molestar, ya compraré el periódico.

Javier y yo nos miramos con complicidad. ¿Ni a Pedro? ¡Ni a Pedro! No había que descubrir nuestro juego a nadie. Habíamos superado el primer asalto, pero teníamos que seguir atentos, para que nuestro asunto fuera top secret, al menos mientras durara la investigación.

LIBRO SIN TÍTULO.7

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(Para no dar pistas)


Capítulo 7

UN NUEVO COLABORADOR EN LA INVESTIGACIÓN



Joaquín, el “detective” recomendado por Javier, me llamó por teléfono aquella tarde. Se notaba que era la voz de un señor mayor (aunque igual era más joven que yo) no muy largo de conversación. Probablemente se le daba mejor escuchar que hablar. Me preguntó qué es lo que me interesaba exactamente, y le dije que me gustaría saber en qué hotel se habían alojado el chico francés y su novia cuando estuvieron en Huesca. Se trataba de averiguar cuánto tiempo permanecieron en la ciudad, si pidieron alguna información especial, si se les vio relacionarse con alguien, en fin, que teníamos que procurar conseguir la mayor información posible sobre ese viaje. Hablamos con Joaquín de la conveniencia de que, una vez hechas estas pesquisas, pasara él por mi casa para darme cuenta de las novedades y fijar la siguiente estrategia. Como parecía que estábamos los dos un poco ansiosos por empezar el trabajo, decidimos fijar la entrevista para el día siguiente por la tarde.

Después de la charla telefónica con Joaquín, me sentía bastante contenta, pensando que iba por buen camino y que algo se estaba avanzando en la resolución de aquél lío. De todos modos, como en aquél momento no me apetecía hacer nada y ya me estaba entrando sueño, alrededor de las 7 llamé por teléfono a Pedro y Marisa  para decirles que me iba a acostar ya. Cogió el auricular ella y se lamentó de que todavía no me había visto desde que yo había regresado de Barcelona y que tenían pensado venir a hacerme un poco de compañía esa noche, pero les expliqué que estaba muy cansada y que ya nos veríamos al día siguiente. Pedro quiso ponerse al teléfono y me preguntó qué me había parecido Javier. Le dije que me había dado muy buena impresión y que parecía que quería ayudarme. Me recomendó que no me fiara demasiado y que no dudara en consultarle a él cualquier duda que tuviera sobre lo que se debía hacer, con quién hablar, etc. Se lo agradecí (de palabra) y les di las buenas noches.

Aquella noche, alguien tiró unas piedras a una de las ventanas del salón, y consiguieron romper un gran cristal. Al oír el ruido del impacto me desperté sobresaltada y tuve miedo, pero cerré mi habitación con llave, pensé “que sea lo que Dios quiera” y me volví a dormir enseguida. Cuando me desperté ya no me acordaba de nada y me extrañó ver la puerta de mi habitación cerrada. Al bajar al salón, pude ver el destrozo. Pensé que debía informar a Sánchez, aunque, semejante personaje, era capaz de pensar que me había entretenido en romper el cristal yo misma. Llamé:

-Sr. Sánchez, buenos días. Le llamo para comunicarle que  esta noche me han roto los cristales de una ventana del salón. 

- ¡Vaya! Había que esperarse algo así, porque la gente está nerviosa ¿A qué hora ha sido eso?

- Pues no podría asegurarlo, perocreo que era alrededor de las 3 -le dije.

- Bueno, no puede decirse que sea Vd. muy diligente a la hora de llamar a la policía, porque en mi reloj son ahora las 12 del mediodía -recalcó con su insufrible voz -ya han pasado algunas horas...

- Sí, se me ha hecho un poco tarde, es que me he despertado hace poco rato -me justifiqué.

- Puede decirse que es una persona afortunada, tiene Vd. un sueño profundo… -comentó con sorna.

- Sí, gracias a Dios no me puedo quejar. Oiga, Sr. Sánchez, quería saber si tengo que pasar por la comisaría para denunciar la rotura del cristal o puede pasar otra persona en mi nombre, con una autorización mía. Es que no me gusta mucho salir de casa estos días -le expliqué.

-Ya comprendo, no me extraña que tema algún incidente, porque, como es lógico, la opinión pública, como le he dicho, está muy exaltada. No se entiende cómo a estas alturas, pasados ya dos meses de los hechos, todavía no hay nadie en la cárcel. -Y esta frase sonaba a amenaza. 

-¡Pero eso no será culpa mía! -le dije- que yo sepa no es responsabilidad mía encontrar al asesino o asesinos. 

Sánchez dudó un segundo, se ve que no sabía por dónde llevar la conversación, para meterme un poco de miedo:

- Si se siente acosada llámeme, hay personas que quieren tomarse la justicia por su mano y…

Le interrumpí:

- Mire, Sr. Sánchez, que si se supiera claramente dónde está la Justicia, no importaría que la gente se pusiera a tomarla por la mano, pero eso es muy difícil de saber, y muchas veces las personas llegan a conclusiones equivocadas, porque son manipuladas.

Sánchez no entró al trapo, me cortó por lo sano y dio por terminada la conversación, no sin soltar la puntilla final:

- Bueno, pues para la denuncia no hay problema, pasará ahora un agente por su casa. Y, felicidades, porque parece ser que ha encontrado un digno defensor de su causa.

- ¿Defensor de mi causa? No creo que tenga ni defensor ni causa -le contesté.

- Ya sabe, me refiero a su amigo Javier Lozano, que ha tomado posición por Vd. en su artículo de esta mañana.

- Perdone ¿en qué periódico se ha publicado ese artículo? -dije haciéndome la sueca.

- En el E.D.A

- Muchísimas gracias -le dije mientras colgaba el auricular con fuerza, antes de que (me imagino) hiciera lo mismo él con el suyo, como solía hacer habitualmente. Ya estaba harta de oír su voz soltando dardos.

Necesitaba el periódico urgentemente, para ver por dónde iban las cosas, así es que llamé a Marisa y Pedro, que quizás estaban un poco molestos conmigo, por no haber querido verlos el día anterior.

Cogió el teléfono Marisa y estuvimos comentando lo del cristal del salón: quién habría sido, quién me lo podría reparar, etc. Después le pregunté si tenía el periódico y me dijo que sí, que me lo alcanzaba enseguida. Salimos a la calle, charlamos un rato más y me metí en casa con el periódico. Fui corriendo a buscar el artículo de Javier y ya, sólo el título, me pareció muy adecuado. Lo titulaba “Verdades a medias” y ponía las dos fotos, una con Claudine, Tony y yo, los tres juntos, y la otra, con la famosa foto cortada por la mitad, solo con las imágenes del joven y la mía, tal y como se publicó.

Javier se interrogaba en su escrito por qué se había hecho ese recorte en la foto, quién estaba interesado en manipular la verdad. También se planteaba dónde estaba la presunción de inocencia; por qué era más fácil creer en la culpabilidad que en la inocencia de una persona, etc. Me gustó mucho. Con la argumentación que ofrecía el escrito, se invitaba al lector a reflexionar por sí mismo y a no dejarse llevar por declaraciones de nadie, ni titulares de prensa sensacionalistas.

Después de comer, pasó un policía para ver los desperfectos sufridos en el salón, y me dijo que ya podía hacerlo reparar. Pedro me envió a un carpintero conocido suyo, que trabajó duro, para que aquella misma noche tuviera otro cristal en la ventana. Y Joaquín, mi detective particular, me anunció su visita alrededor de las 7. Un día a tope.

Llegada esa hora, apareció Joaquín por casa. Debía tener unos 60 años, así es que era más joven que yo, pero muy apocado. De vitalidad y ánimo parecía que tenía por lo menos 75. Se le veía afable, discreto, educado. Era bajito y llevaba gafas.

- Hola, Joaquín -le dije- me alegro de conocerle. Me han hablado muy bien de Vd. y yo confío que su ayuda me permitirá resolver el caso. Dígame, ¿cómo le ha ido el primer día? ¿Ha empezado con buen pie la investigación?

- Pues, creo que sí. Ahora le cuento. Y nos sentamos en el saloncito. Antes de hacerlo, le pregunté si quería un café, una cerveza o cualquier otra cosa y me dijo muy bajito:

- ¿No tendrá Vd. algún moscatel u otro vinito dulce?

Y así fue como, alrededor de un vasito de vino y sin prisas por llegar a ninguna parte, me puso al día de lo que había descubierto.

Me contó que Tony y Fátima se habían alojado en el Hotel El Sol. Llegaron un viernes por la tarde de un fin de semana muy tranquilo, así es que el personal del hotel se fijó bien en ellos. Eran una pareja discreta, hablaban en voz baja, no se hacían demasiadas carantoñas, parecían casados. Ella era una chica guapita, que vestía normal y él iba con bermudas todo el tiempo. Como ahora la gente no usa el teléfono de la habitación, no se registró ninguna llamada, ni tampoco pidieron información sobre ninguna dirección. La gente joven, con sus teléfonos lo saben todo, lo controlan todo. Lo único destacable es que tenían reserva hasta el lunes, pero pidieron la cuenta y se marcharon el domingo.

- Ha sido una suerte que haya localizado el hotel donde se alojaron, Joaquín, hubiera sido estupendo encontrar el equipaje abandonado, pero bueno, ya sabemos algo más.

- Hay otra cosa importante que he podido averiguar -añadió- La mañana del domingo dejaron el coche en el que viajaban, un Renault de color rojo, en la ermita de San Roque y allí estuvo hasta que lo encontró la policía, cuando ya era casi de noche. ¿Qué harían por aquellos parajes tantas horas?

- Eso quiere decir que el inspector Sánchez ya hace días que tiene ese equipaje. Pero la clave, Joaquín, es saber qué hacía el coche allí aparcado, eso es lo que tenemos que averiguar. Si lo descubrimos, sabremos quién era su contacto, la persona con la que se vieron... -le dije entusiasmada.

- No será fácil que alguien los haya visto, porque aquella zona está muy desierta y nunca se ve a nadie por allí, pero lo podemos intentar -asintió mi interlocutor.

- ¿Sabe que nos iría muy bien? -le dije, me imagino que con expresión de loca, porque estaba exaltada -tendríamos que pedirle a Javier que publicara en el periódico un aviso de búsqueda, pidiendo que si cualquier persona vio bajar o subir a alguien de ese coche, un Renault rojo matrícula tal y tal, pues que nos lo diga lo más pronto posible.

- No sé cómo lo verá él- dijo mi colaborador mientras se le veía reflexionando- quizás para el periódico sería involucrarse mucho en el caso. Probablemente a la policía no le gustará que se tomen esas iniciativas.

- Es Vd. más juicioso que yo, Joaquín -le confesé.

-Si le parece bien, consultaremos esta noche con la almohada y, según lo que la prudente consejera nos haga saber, pues hablaremos con Javier y le pediremos lo del anuncio o no haremos nada. ¿De acuerdo?

Así quedamos y, mi detective especial, se despidió hasta el día siguiente.


LIBRO SIN TÍTULO. 8

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(Para no dar pistas)


Capítulo 8

Un árbol genealógico


Me preparé un tomate, acompañado de atún de lata, porque pensé que debía comer algo. Aún tomé de postre un yogur y, después de recoger la cocina, me marché a mi habitación. Tenía allí instalado el ordenador y, antes de ponerme a dormir, quise mirar el correo, a ver si había alguna novedad. Y ¡no me lo podía creer! lo que vi me sobrepasaba. Tenía un mensaje de Claudine que me decía:

“Chère Teresa, notre ami Victor viens de m’envoyer l’arbre généalogique de Tony. J’espère que cela vous sera utile dans vos recherches”

FAMILIA de los MUR

 LÍNEA MATERNA de ANTONIO LEMONIER MUR (1) (Tony, el muerto)

 La Cardelina (Huesca) 


EUSEBIO MUR y MARÍA ABADÍA

 ______________________________________________________________ 

Pilar                                Carmen                          PEDRO  (6) 

     x:                                    x:                                   x: Pau, 1940 

Francisco Martín                 ___________            JOAQUINA CARRERA (7)

___________                               _________________________________

Lola       Carmen                            Mariana (3)          Teresa           Brigitte

                           x: Antoine Lemonier (2) 

           _____________

                   Tony Lemonier Mur (1)



ANTONIO LEMONIER MUR  (Tony, el muerto), nacido el 9 de mayo de 1973, hijo de Antoine Lemonier (Línea francesa) y de MARIANA MUR CARRERA. Esta MARIANA MUR CARRERA (la madre de Tony) había nacido en Pau, el 4 de octubre 1941, era hija de PEDRO MUR ABADIA  y de JOAQUINA CARRERA.

PEDRO MUR ABADIA, el abuelo materno de Tony, nació en la Cardelina, hijo de Eusebio y de María, como se ha visto en el árbol. Poco después de que terminara la guerra, Pedro se marchó de España y se fue a vivir a Francia. Allí conoció a Joaquina Carrera, aragonesa también, y se casaron en el año 1940, quedándose a vivir en Pau. El padre de Pedro Mur, Eusebio, murió al poco de marcharse su hijo a Francia. Entonces quedaron en el pueblo dos hermanas de Pedro con su madre. La mayor de ellas, Pilar, se casó con Paquito, un agricultor de La Cardelina y se quedó a vivir allí, pero la pequeña, Carmen, contrajo matrimonio con un guardia civil, un tal Martín, y en cuanto pudieron se marcharon a vivir a Huesca. No tuvieron descendencia.

Pedro Mur y Joaquina Carrera  tuvieron tres hijas: Mariana (la madre de Tony), Teresa y Brigitte. Por los años 60, Joaquina Carrera quiso regresar al pueblo de su marido para hacerse cargo del patrimonio familiar que habían heredado allí, (no mucha cosa) por parte de su marido. Pero Pedro no quiso marcharse de Pau y su hija Mariana, la madre de Tony, tampoco. Así es que la familia se dividió, pues Joaquina volvió a España con sus dos hijas menores, mientras que la mayor, Mariana, se quedó en Pau con su padre y, posteriormente contrajo matrimonio con Antoine Lemonier.

Hay que señalar que la relación de Pedro Mur con la familia que quedó en el pueblo, se fue enfriando con el paso de los años. De hecho, éste había estado siempre un poco dolido con sus hermanas, especialmente con Pilar, que se había quedado con casi toda la hacienda familiar, y nunca le había hecho llegar ni una peseta de lo que daban sus tierras. Al fín y al cabo, pensaba Pedro, la hacienda aún era suya. Las hermanas, por su parte, estaban un poco recelosas del “francés”, sobre todo Pilar, que siempre decía que no sabía para quién trabajaban tanto ella como su marido, porque igual llegaba un día en que se quedaban sin nada, ya que no tenían los papeles arreglados. El mismo distanciamiento se produjo después con Mariana Carrera y las hijas pequeñas que regresaron a la Cardelina, debido a que, pasados unos años de estar en Pau solo con su hija Mariana, el entabló una nueva relación con otra mujer. Pedro, en su testamento, trató de poner las cosas en su sitio, para evitar mayores problemas en la familia y aclarar la situación.

Pero, bueno, lo que importa para nuestra historia es que, Tony, una de las víctimas, tenía familia en el entorno, allí al lado, en la Cardelina, así es que alguna de las personas del pueblo habría oído durante esos días hablar de él y, sin embargo, nadie se había pronunciado ni dicho nada, ni en público ni en privado (se hubiera sabido también). ¿A quién le interesaba quedar al margen de lo ocurrido y permanecer en el anonimato?

De repente, un escalofrío me recorrió el cuerpo. Sin que yo pudiera controlar el pensamiento, algo dentro de mi encendía todas las alarmas: Pedro, Pedro, es un nombre común, pero actualmente, no tanto…

Pensé que si no le contaba estos pormenores genealógicos a alguien, no podría descansar aquella noche, así es que llamé a Joaquín y, atropelladamente, le di nombres y fechas. Entre que el tema de apellidos era un poco lioso y que él tenía el aparato de televisión a toda potencia, me dio la impresión de que no se enteraba de nada. Quedamos en que ya miraríamos los datos juntos al día siguiente. Me metí en la cama, abrí la página de los pasatiempos y me dormí.

Campo, hoy

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Está así de bonito:



Foto de Pilar Castillo

LIBRO SIN TÍTULO. 9

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Capítulo 9

 El probable quién y la incógnita del por qué


Pasé el día siguiente tranquilamente, contestando mensajes y preparándome tapas, aperitivos, cafés, etc. pues ya no hacía ninguna comida consistente a una hora regulada, sino que iba picoteando todo el día. Parecía que llevaba a cabo una particular “campaña de globalización” con el objetivo de ponerme redonda.

Cuando me trajo el periódico Marisa, que me lo compraba cuando iba a por el suyo, vi con alegría que Javier había insertado un pequeño llamamiento a las personas que hubieran visto al conductor y acompañante del coche francés, que estuvo más de 14 horas aparcado en el mismo lugar, prácticamente en un descampado. A ver si alguien respondía.

-Como no lo viera alguna persona con tierra por esa parte -explicó Marisa -o que estuviera faenando ese día… Es un sitio abandonado de la mano de Dios, no se acerca nadie por allí para nada, a no ser que vayas a trabajar la tierra o a la ermita.

- Oye -le dije- ¿dónde anda Pedro? Llevo un par de días sin verlo

- Lleva mucho jaleo con la comisión de festejos de la urbanización. Este año le ha tocado a él estar en la Junta y ya empiezan a preparar todo para la fiesta de agosto -me contó Marisa- ¿Quieres que le diga que pase esta tarde?

 -No, déjalo tranquilo, ya nos veremos -le contesté.

Llegó el Sr. Joaquín por la tarde, con el semblante contento. Nada más entrar en casa, me dijo:

 -Se va estrechando el círculo. He consultado censos, libros de la parroquia, etc. y ¿a que no sabe quién lleva el apellido Mur aquí en la urbanización? -tenía ganas de decirle que sí, pero no quise robarle ese momento de gloria al bueno de Joaquín.

 - ¡Su vecino! -me gritó el Sr. Joaquín, poniendo un énfasis concentrado en la “ci” de vecino, él que era todo contención e inexpresividad. 

-¿Qué me dice Vd.? -me atreví a preguntar con extrañeza, para darle la oportunidad de explicarse. 

-En este momento no podemos afirmar nada todavía -me dijo con secretismo. -Lo que tenemos que hacer, es centrarnos en esa persona, estudiarla, desmenuzar sus intenciones, y si es lo que buscamos, albricias, y si no, pues buscaremos otro posible candidato. 

Sonó el timbre de la puerta con insistencia y familiaridad. Precisamente era Pedro, que se quedó sorprendido al ver a Joaquín.

 -Hola, Pedro -le dije- Pasa, pasa, haznos compañía un ratito. 

- No, gracias, es que tengo prisa, pero como me ha dicho Marisa que preguntabas por mi…

 - Sólo era para saber cómo estabas -le contesté-. Pero pasa un poco, hombre, nos ayudarás en las pesquisas.

 - Tú que eres de por aquí y conoces a tanta gente -le dijo Joaquín lanzándole la pregunta trampa -¿no te sonará alguien de la urbanización que lleve el apellido Mur?

- ¿Estáis buscando a algún Mur? -preguntó mostrándose extrañado.

- Es que se ha descubierto que el segundo apellido del chico francés era Mur y que la familia de su madre era de La Cardelina -le quise aclarar.

- ¿Quién ha dicho eso? ¿Sánchez? -interrogó Pedro

- No, él no nos ha dicho nada -le dije.

- Ya preguntaré entre los vecinos, a ver si alguien sabe algo -dijo mientras se ponía de pie. -Ahora tengo que irme, que tengo prisa -Y cuando ya estaba cerca de la puerta, añadió como de pasada:

- Bueno, yo tengo el Mur entre mis apellidos, por si os sirve de algo.

Le dediqué una sonrisa y me mordí la lengua para no decirle lo que tenía a punto de soltarle, que era “pues igual sí que nos sirves, porque eres lo que estamos buscando”.

Mientras tanto, y lejos de allí, otras personas seguían intentando ayudarme.

Víctor, al que Claudine y yo ya llamábamos “nuestro nuevo amigo”, estaba completamente entregado a la causa de Tony Lemonier, y a la mía, aunque fuera indirectamente. La última noticia que nos dio este chico fue alucinante.

Había regresado Víctor por segunda vez a visitar a los padres de Toni, en Toulouse, que estaban deshechos, y charlando con ellos de toda la historia de la familia, anécdotas, etc. salió a colación el testamento, que su abuelo Pedro dejó hecho antes de morir. Parece ser que él seguía siendo el propietario de la casa y las tierras que sus padres le habían dejado en La Cardelina, y que especialmente su hermana mayor, Pilar, había disfrutado y usufructuado, además de trabajarlas, todo hay que decirlo. Si ya fue difícil aceptar el reparto de la tierra fijada en las disposiciones testamentarias, porque todos los familiares se sentían perjudicados, más complicada resultó aún la interpretación de una cláusula que nadie entendía. Y es que Pedro, el testador, decía:

“… y la cabana que hay entre las higueras, que quede en la familia, para mis tres hijas y los suyos si ellas faltaren, que todo ello, bien me pertenece y pagado está con creces”.

Pensaban los familiares, que a lo mejor no interpretaban bien el español y decidieron consultármelo a mi, por si encontraba algún sentido al misterioso mensaje, ya que creían que se les escapaba algo y, la verdad, no se atrevían a ponerlo en conocimiento de cualquiera.

En la reunión vespertina con Joaquín, le mostré el texto del testamento y, enseguida, coincidimos en pensar los dos lo mismo: en esa cláusula estaba la clave de lo que buscábamos, un móvil para los asesinatos. Desde luego, no era cuestión de divulgarla, si la gente imaginaba, como bien sugería el mensaje, que en la cabana podía haber algo de valor, probablemente en pocas horas se vería invadida por una legión de curiosos, por no decir busca tesoros.

Llegados a este punto, lo primero que se imponía era localizar la cabana. Y, ¿qué eran exactamente las cabanas? pues unas construcciones aisladas, que se hacían en los campos para guardar el material de trabajo y, en ocasiones, para pernoctar los trabajadores. La mayoría de ellas estaban bastante camufladas en el paisaje, y con su austera construcción se pretendía no llamar la atención y pasar lo más inadvertidas posible. Se encontraban especialmente en tierras de secano.

Para conseguir la información que necesitábamos, Joaquín opinaba que lo primero de todo era necesario localizar en el pueblo a la hermana de Pedro, Pilar. Si ya no vivía, intentaríamos contactar con sus descendientes. Se trataba de obtener datos, lo más discretamente posible, de dónde tenían la tierra, etc. Aunque, desde luego, la cabana ni mentarla.

Dicho y hecho, el eficiente detective, al día siguiente ya me trajo la información que necesitábamos, ¡ya sabíamos un poco más! En realidad, me contó Joaquín que ni siquiera tuvo que ir hasta La Cardelina, porque conocía a algunas personas que vivían en Huesca, y estaban bien informadas sobre el tema. Mejor no hacernos notar mucho, me dijo.

Entonces, sacó su libreta de notas y me leyó lo que le había contado un señor mayor, que hacía ya años que residía en la capital.

“La tierra que tenían los Mur no es que fuera un gran patrimonio, pero daba para vivir. Tenían los campos bastante lejos, hacia Siétamo, eran los últimos del término municipal de La Cardelina. Pedro se marchó después de la guerra a Francia, no porque se hubiera distinguido en ninguna acción especial que le hiciera temer represalias, pero  algo le debió pasar, porque se le veía muy amargado.

Un día dijo a la familia “me voy”, y aquella noche ya no durmió en casa. Se fue a casa de unos paisanos que vivían en Pau. Su padre, el pobre Eusebio, no se recuperó de esto, falleció al poco tiempo. Y es que Pedro era el único chico de la familia y su marcha fue una bomba para todos. Nadie se lo esperaba.

Se quedó en casa Pilar, que más tarde se casó con un agricultor, Paquito, pero ese hombre no estaba hecho para el campo, no supo sacarle partido a la tierra, ni a la suya ni a la de la familia de Lola. Ahora mucha la tienen medio abandonada. Nada, tuvieron solo zagalas y ha sido una pena, porque se han dejado perder todo, por no trabajar como hacía falta”.

Joaquín también habló con una señora un poco más joven que él, que era de La Cardelina aunque hacía años que vivía en Huesca. Y le comentó:

-Con Pedro nos conocíamos de toda la vida ¿no ves que allí en el pueblo estábamos siempre juntos? En la escuela los chicos iban con el maestro y nosotras con doña Esperanza, pero al salir de clase siempre estábamos juntos, sobre todo cuando ya empezamos a ser más grandes. Es que éramos muy pocos.

- Pedro era muy buen chico, estudioso, aunque travieso, muy "espabilao". Lástima de aquella guerra, que se llevó por delante lo mejor del pueblo y, lo que quedó… ya nunca fue como antaño. No se sabe qué le pasó a Pedro, con lo buen zagal que era... Se han dicho muchas cosas, pero no me creo ninguna.

- Cuando marchó a Francia se fue con los de Mora -continuó diciendo nuestra testimonio- que ya se habían establecido un poco antes y estaban bien situados. Dicen que esta familia se enteró de que Pedro alguna vez vendía joyas, ¿de dónde las habría sacado? Porque de su familia no, que no les faltaba para comer, pero tampoco les sobraba para oros y platas. El caso es que los Mora se lo sacaron de casa, porque no querían problemas. No le puedo decir más, sólo que no acabaron muy bien”.

Joaquín levantó la vista del papel y me miró por encima de sus gafas. En mi cabeza resonaban palabras sueltas, que me daba la impresión de que eran las mismas que él oía.

- Esto de las joyas es nuevo -le dije- ¿verdad, Joaquín? Y podría ser una buena pista.

- Sí, desde luego -me contestó- como la cabana.

-¿Qué podemos hacer ahora? Tendríamos que saber cómo consiguió esas joyas, si las guardaba en la cabaña… Si eran de alguien que le pidió que se las escondiera, o si él se las sacó a alguien…

-No es fácil saber lo que pasó aquellos días en esta zona, esto era una frontera. El terreno o la casa que un día eran de un bando, al día siguiente era del otro. Gente que estaban en un sitio, querían pasar al de enfrente, a veces porque pensaba que estaban mejor, otras porque se les había quedado la familia en la otra parte, o la casa.

-Joaquín, estamos a dos pasos del final de esta historia, no vamos a pararnos aquí, tenemos que seguir adelante, vamos en la buena dirección, estoy segura - le dije un poco teatral-. Si le parece bien, vamos a dividirnos el trabajo: Vd. buscará información en el archivo militar, en el histórico, allá donde pueda haber un papel que dé cuenta de lo que pasaba aquellos días en la Cardelina. Yo consultaré por internet hemerotecas, informes oficiales, lo que sea.

Y así, hablando hablando, se nos pasó un buen rato. No habíamos terminado todavía de hacer proyectos y propósitos, cuando sonó el teléfono. Era Javier, que llamaba para decir que tenía novedades. Le dije que Joaquín estaba en casa conmigo y que nosotros también teníamos muchas cosas que contarle. Suplicó:

- ¡No os mováis, por favor, que llego en 20 minutos!

Curiosamente, pensé, Javier, que era mucho más joven que yo, siempre me había tratado de tú, mientras que el comedido Joaquín, casi de mi edad, aún me hablaba de Vd. Cosas.

Bueno, cuando llegó nuestro periodista, le soltamos todo lo que habíamos “descubierto” atropelladamente. Y lo que nos imaginábamos, también.

Entonces, nos empezó a contar él sus noticias que, desde luego, se complementaban muy bien con las nuestras. Explicó que, a raíz de aquél artículo en el que acababa pidiendo colaboración ciudadana, para informar sobre el coche francés parado delante de la ermita, recibió una llamada telefónica en su casa. Un señor, que debía ser ya mayor a juzgar por el timbre de la voz y lo que gritaba al teléfono, se identificó como Miguel, “el Palomero”, y le dijo que podía explicarle algo que seguro que le podía interesar. Le dio la dirección de su casa y le dijo que podía ir a verlo cuando quisiera. Javier fue para allí volando, inmediatamente.

Miguel, desde luego, parece ser que era bastante mayor. Llevaba un chaleco negro, una boina en su cabeza y un bastón, sólo le faltaba una faja en la cintura. Vivía en las afueras de Huesca, en la carretera a Barbastro. Cerca de su casa, llamaba la atención una especie de rascacielos en miniatura, o, para ser más exactos, una caseta de cuatro pisos, estrechísima, que había construido él con sus propias manos. El último de aquellos pisos era un palomar. Al lado de la puerta de entrada a este pretencioso torreón, había puesto un banco de madera, muy confortable por cierto, y fue allí donde nos contó Javier, que pasaron todo el rato que duró la charla, bastante tiempo.

- Mira, chico - le dijo Miguel - ya sé de qué casa eres y conozco a tus padres, sobre todo a tu padre. Buena gente. Yo te voy a contar lo que vi ese día, para que lo sepas, pero no me metas en ningún follón, ya he pasado bastantes en mi vida, ahora solo quiero tranquilidad, entendido ¿verdad? Así es, nada de declaraciones en la comisaría ni emplear mi nombre para nada.

Javier le contestó que no se preocupara, que lo que le dijera quedaba entre los dos, y el hombre siguió con su historia:

-Aquél domingo, me llegué un momento por la mañana al taller de maquinaria agrícola que hay allí cerca del Hospital -explicó-. Por las mañanas siempre está por allí el dueño, hasta los festivos, y quería hablarle del problema que tengo ahora con el tractor. Bueno, sea como sea, cuando volvía a casa, en lugar de pasar por tanta autovía, rotondas y no sé cuántas tonterías más que van haciendo para marear al personal, yo voy siempre por los caminos vecinales, los que van de finca a finca o de casa a casa, vamos los de toda la vida. 

-Los días de cada día, aún te vas encontrando algún vehículo, pero los domingos no se ve ni un alma. Ese día, justamente, antes de llegar a San Roque, me adelantó a toda velocidad un coche que iba hacia allí, hacia la ermita. Y al llegar yo por allí, vi que había un coche rojo aparcado y que sacaban cosas del interior para subirlas al coche que acababa de llegar. No me preguntes marcas, porque no conozco ninguna, ni colores, porque no los veo. El rojo se me ha quedado porque es el único que distingo. El otro coche, era oscuro, no sé nada más”.

Se percibía que Miguel quería ser un testigo veraz, fiel a lo que había visto, y daba su testimonio lo mejor que podía.

-“Sobre cuantas personas había, tampoco es que te pueda decir nada -prosiguió Miguel -porque no las distinguí, ni se si eran hombres o mujeres, que ahora todos parecen lo mismo, aunque una cosa sí que te puedo asegurar, y es que el del coche obscuro llevaba el pelo bien cano, vamos, blanco como la nieve. Y es que lo pude ver bien, porque cuando yo estaba llegando se puso a levantar la puerta del maletero de su coche, y me llamó la atención aquél pelaje. Dudé si era hombre o mujer por, pero al agarrar las maletas, entonces me di cuenta de que él sí que era varón”.

Después de haber repasado varias veces todo lo que Miguel vio aquella mañana y, viendo que ya no podía aportar más sobre este tema, Javier cambió de tercio y le preguntó a su informante.

-Miguel, ¿y Vd. no se acordará de un zagal de la Cardelina que marchó después de la guerra a Francia?

- Hubo varios, ¿no me preguntarás  por Pedro Mur?

- Pues sí, justo por él ¿Cómo se le ocurre eso? ¿Vd. lo conoce? ¡Qué casualidad! - le dijo Miguel

-¡No lo he de conocer! -exclamó- tonteé muchos años con su hermana Pilar, pero al final no pudo ser. Era maja aquella chavala. Pedro era un desgraciado, buen chico donde los haya, pero la guerra le cambió mucho.

- Un día, te hablo ya de hace muchos años -continuó Miguel bajando el tono de voz- la guardia civil iba preguntando a la gente si sabían algo de Pedro, qué amigos tenía, que vida llevaba… parece que se sospechaba que se había quedado algo que no era suyo, no se sabe cómo. Hasta se habían corrido voces que guardaba algo de valor en la cabana. En más de una ocasión se la encontraron removida de arriba abajo.

- Si guardara un tesoro, ya lo habría venido a buscar -le dijo Javier riendo.

- A lo mejor no ha podido -contestó Miguel pensativo.

- El caso es que un conocido mío que tiene las tierras al lado, les pidió si la podía emplear sólo unos meses, pagando lo que fuera, pero no quisieron dejársela de ninguna manera. Dijeron que Pedro, desde Francia, había dicho que ni se les ocurriera meter a nadie. Ellos sabrán.

LIBRO SIN TÍTULO. 10

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(para no dar pistas)



 Capítulo 10

 DE SOSPECHOSO A COLABORADOR


Ha pasado más de un mes desde que empezó esta historia, y mi vida ha cambiado significativamente. Las cosas que me interesaban han tenido que pasar a segundo lugar, mejor dicho, han sido relegadas tan lejos que ni las veo; los amigos no me reconocen ni saben qué pensar de mí; mis hijos, que viven tan lejos, están un poco al margen de las vicisitudes de mi vida cotidiana, porque no puedo abrumarles contándoles cada cosa que me pasa, ni en la vida real ni por la imaginación, así es que deliberadamente les dejo un poco de lado y no viven todo esto con la misma intensidad que yo, afortunadamente.

Llegados a este punto, creo que necesito aclararme las ideas y hacer un análisis en profundidad de la situación, y para eso he convocado esta tarde a mis dos devotos colaboradores, Javier y Joaquín, pues necesito su ayuda. Les tengo toda la confianza del mundo y creo que se toman este asunto con mucho interés. A ver si entre los tres conseguimos encontrar la luz.

A las 6 en punto llegaron mis dos socios en el coche de Javier. Después de los saludos habituales y de comentar el calor que empezaba a apretar ya, pasamos a centrarnos en nuestro caso, por no decir “mi” caso… Para ello, pensamos que teníamos que intentar concretar bien todos los puntos y hacer dos listas: en una enumeraríamos lo que hemos conseguido: información y datos que no conocíamos hace un mes y de los que ahora disponemos. En la otra lista, escribiríamos los nuevos objetivos, aquellas investigaciones pendientes que a lo mejor nos ayudarían a desbloquear el misterio, y a los que nos deberíamos dedicar de inmediato. Esto es lo que conseguimos: 

Lista 1: Datos:

1.- Conocemos ya la identidad de dos de las víctimas, Tony y Fátima.

2.- Sabemos que una de ellas, Tony, tenía familia en La Cardelina, los Mur, y que se había puesto en contacto al menos con uno de estos familiares

3.- Las dos víctimas tenían una profesión respetable, una vida estable y no eran malhechores ni pertenecían o mostraban simpatía por ninguna secta u organización delictiva.

4.- Dado que algunos informantes han hablado de joyas, relacionadas con una cabaña propiedad de la familia Mur de La Cardelina, pensamos que podría encerrarse en este punto, el móvil que había desencadenado esta tragedia. 

5.-  Según nos comunicó Javier, los esqueletos del garaje eran de un hombre y una mujer. El se había enterado por fuentes oficiosas, a mi nadie me lo había comunicado.

Lista 2: Objetivos: 

1.- Descubrir la identidad de la persona de La Cardelina relacionada con las víctimas francesas. 

2.- Averiguar quién podría tener conocimiento de lo ocurrido en la cabaña de los Mur hace algunos años y que, como hemos apuntado anteriormente, podría ser el origen de este caso. 

Llegado a este punto, y como si redactar estas conclusiones hubiera sido un esfuerzo de titanes para nuestra limitada capacidad de razonar, nos quedamos los tres tertulianos en silencio, con la mirada perdida, hasta que, espontáneamente, la concentramos en una mesita donde había puesto yo algo de picoteo para comer y acompañar unas cervezas. No hizo falta ofrecer nada porque, con naturalidad y ganas, nos servimos lo que nos apeteció. Estos minutos que dedicamos a reponer fuerzas, cada uno los aprovechamos para repasar mentalmente lo que habíamos tratado y esbozar un plan de ataque que nos permitiera movernos en la buena dirección. El primero que habló fue Joaquín:

- Este jamón es muy bueno, y la tortilla de patata también está muy buena… 

- Me alegro que le guste, Joaquín. Coja más, que no ha de quedar nada -le animé.

 -Gracias -respondió educadamente Joaquín- Lo que me ha enseñado la experiencia, es que hay que dudar siempre de lo evidente. Y para mi, lo evidente en este caso es que su vecino Pedro tiene todos los números para ser el hombre que andamos buscando. Tiene familia en La Cardelina; lleva el apellido Mur, aunque no sabemos por parte de quién; sabía los días en los que Vd. estaba de viaje, por lo que podía disponer de la casa...

- Y, además, ¡hasta tiene mis llaves! -interrumpí yo.

- No le costaba nada romper un cristal si quería intimidarla, etc. etc. -continuó Joaquín.  

-Otra cosa -intervino Javier- lo que sí es verdad, porque no pudo disimularlo nada, es que a Pedro no le hizo la menor gracia que nosotros interviniéramos en este proceso de buscar información, hubiera preferido estar él a la cabeza de la investigación, quizás para manipularla mejor.

- ¿Y qué debemos hacer?- pregunté -¿desecharlo como sospechoso porque lo parece o intentar saber más de él, porque tiene todos los números para ser el malo de la película?

- No sé qué pensarás tú, Javier -contestó Joaquín- pero lo que yo creo, es que sería conveniente ir "apretando" a Pedro todo lo posible, para enterarnos de qué es lo que sabe, porque, al fin y al cabo, aunque sea inocente, algo debe saber que no nos ha dicho... No nos ha dado ni una pequeña pista. Aparte de eso, tendríamos que centrarnos en otra posibilidad, en alguien que, intuyo, está agazapado cerca de nosotros viendo cómo jugamos nuestras cartas y que todavía no se ha hecho visible. Y que, desde luego, tiene algún tipo de relación con La Cardelina.

- Yo voy a decir una tontería -intervino Javier -porque no tengo ningún indicio que me permita aventurar esta teoría, pero la persona que ha tenido un comportamiento más extraño en esta historia, desde el primer momento, ha sido el comisario Sánchez. No se ha comportado de una manera racional.

-¡Que alegría me da oírte decir eso, Javier! -solté toda eufórica -es que ese hombre no está llevando este asunto de una manera normal, para nada. Parece evidente que no le está dedicando toda la atención que merece, bueno, ni se molesta en sacarme información (ya que soy su principal sospechosa), ni a mí ni a nadie… Aunque solo sea por la repercusión que ha tenido este asunto por todas partes, a estas alturas tendría que haber presentado algún avance, y estoy segura de que sabemos más nosotros que él.

- Eso es lo que nos parece -dijo sonriendo Javier -a lo peor no es así y nos gana él por mucho… Igual sabe más de lo que dice. Aunque claro está, que según la teoría de Joaquín, el que nos dé tan mala espina dice mucho a favor de su inocencia…

- Bueno, concretando -intervine enérgica- no sé qué pensaréis vosotros, pero yo cogería el toro por los cuernos. Empecemos por lo primero. Por mí, ahora mismo llamaría a Pedro, en plan inocente, y le pediría que viniera porque lo necesitamos para una consulta. Una vez aquí, procuramos exprimirle todo lo que sabe a ver si se nos abre nuevas vías de investigación. Desde luego, tenemos que trabajar con finura, para que piense que está en nuestro grupo, no en el de los sospechosos… no vayamos a ofenderle.

- Me parece perfecto, a ver si adelantamos algo -dijo Joaquín.

- Venga, adelante.

Marqué el número de Pedro y tuve la suerte de que descolgara él mismo el aparato. Le pedí si podía venir un momento, y a los cinco minutos estaba en casa. Cuando llegó, le dije:

- Gracias por venir, Pedro, te necesitamos. Estamos atascados y a lo mejor tú puedes ayudarnos.

El sonrió complaciente. Y, a partir de ese momento, yo no daba crédito ni a mis ojos ni a mis oídos, porque Javier y Joaquín se pusieron a interpretar el gran papel de su vida, como si antes lo hubieran ensayado horas y horas.

Después de rogarle que no hablara con nadie, ni con su mujer, de lo que allí íbamos a tratar, empezó la gran representación. El dúo de detectives aficionados, formado por Joaquín y Javier, se dirigía a Pedro como si él fuera su superior jerárquico, al que le iban sometiendo con humildad cuestiones dudosas. Por ejemplo.

- Tú ¿qué opinas Pedro? Dicen que el tal Tony Lemonier tenía familia en La Cardelina, pero no puede ser verdad ¿cierto? Porque si así fuera se sabría, y a nosotros no nos consta que haya nadie de La Cardelina viviendo en Francia…

A lo que Pedro, queriendo enmendar tanta ignorancia, pasaba a dar detalles de todos los cardelinos y cardelinas que se habían marchado a vivir allí después de la guerra.

También había habido comunicantes que les habían contado, dijeron Joaquín y Javier, que durante muchos años se sospechaba que había un tesoro escondido en una cabaña, que tenía una familia de La Cardelina en su tierra de labor, pero eso era difícil de creer ¿no? ¿Quién podía ser tan insensato de dejar un tesoro allí abandonado? A lo que Pedro respondía muy serio que cuando hablaban de tesoro, se referían a unas joyas que habrían llegado a la cabaña de los Mur en aquellos días de la guerra y asedio de Huesca, y que podía ser que alguien las hubiera tenido que esconder allí por una u otra razón pero, suponiendo que hubieran estado, era difícil que todavía quedara algo, porque mucha gente había intentado encontrarlas, y alguno lo habría conseguido.

Y así, poco a poco Pedro iba entrando al trapo, pues aunque era de inteligencia rápida, estaba en inferioridad numérica frente a sus insistentes interlocutores, y mordía el anzuelo cada vez que se lo tiraban.

A pesar de la “maniobra” que estábamos llevando a cabo contra el pobre Pedro, poco a poco la atmósfera se distendía y cada vez hablábamos más alto y más animados, mientras yo iba sacando de la cocina a la mesita del salón, todo lo comestible que encontraba en la nevera o en los armarios de la despensa. Que si longaniza de Campo, que si queso, salchichón, olivas, patatas fritas, cacahuetes…

Pedro parecía el rey de la fiesta, estaba muy dicharachero y jovial y acabó confesándonos que le tenía un poco de miedo a Sánchez. “¡Anda!” dijimos nosotros tres casi a la vez “¡pues si parecía que erais muy amigos..!”

- Que va -nos contó -lo que pasa es que nos conocemos desde muy jóvenes. El tuvo relaciones con una chica de La Cardelina y después de cinco años de salir, lo dejaron. No se supo lo que pasó. Como éramos de la misma edad y yo tenía familia allí, pues pasamos muchos ratos juntos: no nos perdíamos ninguna fiesta, de las que se celebraban en todos los pueblos de los alrededores ¡qué tiempos! Al cabo de dos o tres años ella se casó, pero él continuó soltero, hasta hace poco tiempo, que contrajo matrimonio con una viuda bien establecida.

Nos quedamos todos callados, en el aire se percibía el chisporroteo de bombillas imaginarias que se encendían y se apagaban.

Cada uno de nosotros tenía la sensación de que estaba a punto de descubrir algo.

- ¡Ah! Sí… -dijo Joaquín -porque tú dijiste que eras familia de los Mur ¿verdad? - le preguntó a Pedro.

- Así es, pero no me hagas decir de dónde me viene el parentesco porque no lo sé. Lo llevaba mi madre, pero no tenía mucha relación con los Mur de la Cardelina, creo que venían de otra parte. La que sí que era de los Mur era la novia de Julito, que era sobrina de Pedro Mur el que vive en Toulouse.

Los tres “investigadores” teníamos nuestras antenas en máxima alerta, bebíamos las palabras de Pedro.

- ¿A qué Julito te refieres? -le preguntó Joaquín.

- ¿A quién va a ser? ¡A Julio Sánchez, el comisario del que estamos hablando!

- Pero, oye Pedro, este Julio Sánchez ¿de dónde es exactamente? -le preguntó Javier.

- Pues la verdad es que no lo sé -contestó el interpelado, que parecía estar repasando mentalmente un listado de años y apellidos -no sé de dónde venía su familia. Se establecieron en Huesca poco antes de la guerra, porque su padre era maestro. Ya sabéis cómo son los hijos de los maestros, estudiosos y un poco marginados por el resto de la clase, que no se fían completamente de ellos. Se quedó huérfano de padre muy joven y se crió solo con su madre. Cuando ella falleció, él empezó a salir con Pilar. Como no tenía familia por aquí, se relacionó mucho con la familia de ella. A raíz de comenzar el noviazgo, fue precisamente cuando empezó a decir lo de que quería ser policía, seguramente porque Pilar tenía un tío guardia civil y eso algo influiría. A lo mejor se lo aconsejaría...

- Pero, algún amigo suyo o de sus padres Julito sí que tendría ¿no? -preguntó Joaquín, que ya estaba preparando mentalmente un listado de próximo entrevistados.

- Si quieres que te diga la verdad, amigos amigos no le he conocido nunca ninguno. No le he visto discutir con nadie, pero tampoco disfrutar de esa camaradería y complicidad que se da entre la gente de la misma edad. Más bien parecía, ahora que lo pienso, que siempre estaba observándonos, como si los problemas y las alegrías nuestras no fueran con él. Vamos, que ha cultivado cierto distanciamiento con sus paisanos.

- ¡Yo que pensaba que solo era conmigo! -les dije, lo que les hizo sonreir a todos - bueno, más que cierta distancia ha puesto entre nosotros una verdadera lejanía.

- No sé si es prudente lo que voy a decir, pero confío en la discreción y buena voluntad de todos vosotros -dijo en tono solemne Javier, olvidándose ya de que Pedro, allí presente, era el sospechoso oficial- para mi, el tal Julito ha pasado a ser nuestro sospechoso nº 1. Sólo es una intuición, pero me da muy mala espina.

- ¡Bravo, Javier! -exclamó Joaquín- yo lo estaba pensando pero no me atrevía a decirlo.

- Yo sólo quiero añadir -dijo Pedro- que no me extrañaría nada que así fuera, porque si había algún secreto en la familia de los Mur, él tuvo que saberlo, y el cargo que tiene ahora le permite tener mucha información. Ahora lo veo claro - dijo Pedro pensativo -él es muy capaz de haberlo planeado todo, porque es un tipo calculador y listo. Aunque, a lo mejor se le han ido fuera de control algunas cosas, porque me extraña mucho que hubiera planificado matar a nadie, no creo que se quisiera ensuciar tanto las manos. Bueno, chicos, tengo que irme ya. Gracias por vuestra confianza y en lo que pueda seros útil, ya sabéis que podéis contar conmigo.

- Bien, estoy emocionada, esto es ya una conspiración en toda regla -dije, orgullosa de mis amistades -hay que desenmascarar al asesino. Ahora, como creo que soy la mayor del grupo, tengo que recalcaros bien que tenemos que ser muy prudentes, y muy pacientes también. Quizás, de uno en uno no, pero los cuatro juntos somos más listos que Julito, y tenemos la verdad y la justicia de nuestra parte, es cuestión de no hacer ningún movimiento en falso y ponernos manos a la obra, para que podamos llegar al final y desvelar el misterio. Hay que estar preparados, porque él se juega mucho y se defenderá, de buenas o malas maneras.

Se oyeron voces de ¡hecho! ¡adelante! ¡bravo! etc. que era una manera de manifestar la euforia que reinaba en la sala. Fui a buscar una botella de cava y brindamos por nuestro objetivo.

- ¿Tenemos aún media hora para trazarnos el plan de trabajo o tenéis prisa por marchar? - pregunté inspirada por mi sentido práctico habitual.

Pedro dijo que tenía una cita, a la que estaba llegando tarde, pero que quería quedarse un poco más. Le dijimos que iríamos lo más rápidos posible y con entusiasmo empezamos a preparar nuestra hoja de ruta.

En primer lugar, pensamos que Pedro podría ir averiguando discretamente por qué el inspector Sánchez y su novia rompieron el noviazgo. Sería interesante saber en qué medida Julio Sánchez estaba en conocimiento de las historias familiares, etc.

Javier podría investigar sin llamar la atención, sobre los padres del inspector, pues la escuela en la que trabajó el padre, estaba cerca de su casa, incluso conocía a maestros que habían estado enseñando allí durante muchos años.

Joaquín tenía una misión más delicada, porque era más visible, por decirlo de alguna manera. Debería acudir a archivos militares que no están todavía digitalizados o a otras fuentes, para procurar recabar datos sobre la situación político-social de aquél período de la guerra en Huesca. Evidentemente, no se debía dar ninguna explicación sobre el motivo de sus pesquisas, así es que debía inventarse otros, aunque, debido a su proverbial discreción, seguro que a nadie extrañaría que no diera muchas explicaciones sobre lo que estaba buscando.

A mí, que estaba más limitada de movimientos, pues estaba en el ojo y en la boca de todos, me quedaba la tarea de consultar la hemeroteca digital, para descubrir si ya fuera a nivel provincial o nacional se nombraba algún caso ocurrido por La Cardelina que pudiera tener que ver con lo que buscábamos.

Fijamos la próxima reunión para el sábado siguiente, que sería ya el primero de julio. Como era lunes, se nos presentaban 5 días delante de nosotros llenos de expectativas y de ilusión. Éramos un gran equipo trabajando por una buena causa. Por cierto, no he hablado nunca con Javier y Joaquín sobre qué es lo que tenía que pagarles por el tiempo que me dedicaban y los gastos que les generaba la investigación: gasolina, aparcamientos, comidas… Esto sí que ha sido un fallo. Será el primer tema que tendremos que abordar cuando nos volvamos a encontrar.


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 (Para no dar pistas)


Capítulo 11

JULIO: MI CUMPLE



Pasan los días y las cosas tan rápidamente, que no da tiempo ni siquiera a relatarlas. Por eso, prefiero no entretenerme explicando minucias de mi vida cotidiana (aunque a veces me parezcan interesantes…) y plantarme, ya, en el día de la “primera reunión del grupo de trabajo”, convocada para este primer sábado de julio.

Sin entrar en pormenores de lo que bebimos o comimos mientras charlábamos, y de otros comentarios intrascendentes que intercambiamos, diré que cada uno de nosotros pasó a rendir cuenta de la tarea encomendada. ¡Me olvidaba! Hay algo que quiero señalar: antes de adentrarnos en nuestra historia, les comenté a Joaquín y a Javier que ya sabía que estaba en deuda con ellos, y que teníamos que hablar claramente y sin pudor, de la cantidad que les debía pagar por sus servicios. Los dos respondieron que para ellos aquello no era un trabajo, sino una distracción, y que no solo querían ayudarme a mí, que también, sino que pensaban sinceramente que, de ese modo, harían un buen servicio a la comunidad, identificando a las personas sin escrúpulos que convivían con ellos.

Javier también dijo, que pensaba forrarse con los artículos que escribiría sobre el tema, y ya se veía en platós de televisión y estudios radiofónicos, contando su versión de los hechos, porque sería el gran experto. Todos nos reímos y, cuando le contesté que Joaquín también sería un buen tertuliano, éste dijo que él ya pasaba de todo eso, que dejaba el protagonismo a los jóvenes. Bueno, dicho esto, pasaré a dar cuenta del trabajo que hemos hecho, y de lo que se ha conseguido:

1.- Javier contactó con un maestro jubilado, Don Ángel, que había trabajado en la misma escuela que el padre del inspector Sánchez, a finales de los 60, aunque no le llegó a conocer personalmente. Cuando le dieron esa plaza, hacía poco tiempo que había fallecido el padre de Julito, una persona muy respetada. Don Angel recordaba a la viuda, la madre de Julito, muy discreta ella, que estaba siempre muy pendiente de su único hijo. La verdad es que nunca se supo de dónde venía exactamente esta familia. Ellos decían que de Zaragoza, pero nadie se lo creía. Ella era muy bien recibida en algunas casas buenas de la capital, no sólo para actos sociales, sino como persona de confianza. Gracias a eso, su hijo Julito se codeó con los jóvenes de la clase alta, aunque no puede decirse que formara parte de ese círculo. De todos modos, lo que extrañó a todos es que se echara como novia a una chica de La Cardelina, prácticamente sin educación ninguna y de extracción social más bien baja. Como él estaba estudiando, parecía que podía aspirar a otra cosa, además siempre había sido un poco chuleta y no le pegaba nada aquella relación, esto sin desmerecer a la chica, que conste, pues parece ser que era muy agraciada y respetada. Algún informante le había comentado que les unía una relación de parentesco.  

2.- Pedro, nuestro nuevo colaborador, se había hecho el encontradizo con algunos amigos de juventud, con los que salía cuando iba a La Cardelina o cuando ellos se desplazaban a Huesca. Tenía la suficiente confianza con ellos para, después de los saludos habituales, soltarles:

- Oye, ¿tú sabes qué les pasó a Julito y Lola, para que rompieran la relación después de tantos años de noviazgo? 

Las respuestas que recibió fueron todas, en el fondo, bastante parecidas:

Muchos aseguraban que aquella relación estaba amañada, y al final no se entendieron en la cuestión económica; probablemente él iba muy equivocado, porque pensaba que Lola aportaría una buena dote, pero de eso nada, que todo el mundo sabía que la familia de ella no era de muchas posibilidades. 

No faltó quien resaltara, que la chica valía más que él, aunque a él le parecía lo contrario, y ella no quiso cargar con un señorito de pacotilla. ¡De buena se libró la pobre chica! ¡Ya hizo bien en dejarlo! porque él ha sido un chulo toda la vida.

(Resumiendo, Julio siempre ha tenido fama de ser retorcido y pretencioso. Continuemos).

3.- Joaquín tuvo que navegar por los archivos sin saber muy bien lo que buscaba. No tenía datos suficientes como para establecer algún vínculo entre los numerosos expedientes de responsabilidad civil, denuncias a la policía, intervenciones de la Guardia Civil, etc que pasaron por sus manos, con el caso que les ocupaba. Sólo hubo un asunto que llamó su atención y, a medida que pasaba el tiempo, iba cobrando más fuerza en su cabeza. Probablemente el motivo por el que se interesó en ello, es porque se hablaba de un robo de joyas. Se trataba de lo siguiente:

En el año 1938, a finales de marzo, con carácter de confidencialidad se daba cuenta de que el señor Palacio, concejal del Ayuntamiento y rico empresario, había denunciado la desaparición de su hija, de 20 años de edad, así como numerosas joyas que la familia tenía escondidas a buen recaudo, y de las que sólo tenían conocimiento los miembros de la casa, por lo que se presumía que fue obligada a cogerlas para entregarlas a los malhechores. La preocupación de la familia era muy grande, y se rogaba a la policía que hiciera todas las averiguaciones posibles con suma discreción.

4.- Yo también expliqué todo lo que había buscado y lo poco que había encontrado. Evidentemente, no importaba cual fuera la tragedia, si la familia era pudiente y con influencias, podía silenciar perfectamente a la prensa local, y aunque se hubieran acuchillado los unos a los otros en una casa, aquello no era noticia. Sin embargo, partiendo de esa evidencia, había que aprender a interpretar entre líneas, incluso entre palabras.

Resulta que, también del 38, a finales de abril, había leído algo en “La Nueva España” que me llamó la atención y que podía ligarse a lo que nos acababa de contar Joaquín. Decía que reinaba una gran consternación en la ciudad porque, aprovechando los tiempos revueltos de la guerra, un desalmado, no contento con robar vidas y bienes de la Iglesia, había arrancado del seno de una familia ejemplar, aquello que era su tesoro más preciado, a su bellísima y discreta hija. ¡Otra vez se insinuaba un rapto!

Y a mitad de junio, un párrafo solamente, bajo el título de “Se pierden las esperanzas”, volvía a la carga e informaba de que se rumoreaba insistentemente que, la joven raptada de su hogar el mes anterior, había sido asesinada, aunque seguía sin hallarse el cadáver.

- Así las cosas -les dije a mis colegas -creo que tenemos algunos datos nuevos, pero no sé en qué medida pueden estar relacionados los unos con los otros, ni con lo que buscamos. Sin embargo, con un poco de imaginación y, siguiendo nuestra intuición, podemos elaborar una hipótesis y ver dónde nos lleva. El recorrido que tenemos que hacer, está claro, tiene el punto de partida en los esqueletos del garaje, y el final es lo que debemos descubrir, o al revés, partiendo de unos hechos que no conocemos, tenemos que terminar en el garaje de casa. Todo es posible, pero hay que probarlo. Personalmente, eso de que raptaron a una chica me hace pensar mucho ¿y si no fue así, que se llevaron a la chica a la fuerza? ¿Y si había alguna razón sentimental detrás de todo esto? ¿O lo único importante fue el robo de las joyas? ¿De verdad tiene sentido que sacaran de su casa a la joven porque estaban interesados sólo en las joyas?

- Para no lanzarnos a la especulación pura y dura -continué- creo que no nos costaría mucho conseguir más información sobre este asunto. Lo primero que tendríamos que hacer, es conocer a la familia Palacio, me refiero, saber quiénes eran, etc. Evaluar de qué cantidad de joyas estamos hablando. Saber si la chica pudo escaparse voluntariamente o no... Para averiguar estas cosas, podemos buscar en hemerotecas y archivos, y tratar de encontrar a alguna persona viva que haya tenido relación con ellos.

- ¡Me gusta la idea! -dijo Javier- lo más que podemos perder es una semana de nuestro tiempo, y si para la próxima reunión no hemos encontrado nada sólido, cambiamos de tercio.

Quedamos así, con cita para el 16 de julio, la Virgen del Carmen. Por cierto, que el día 12 fue mi cumpleaños, 69 primaveras, y recibí muchas llamadas. ¡Qué bien hace el cariño de la gente! Esta fecha también me sirvió de excusa para hacer un poco de análisis de introspección, lo típico ¿Quién soy yo? ¿Qué he hecho con mi vida? ¿De verdad tengo esta edad? ¿He contado bien? Y es que yo me siento como una chavala de 25 años... eso sí, cuando me olvido del Parkinson, la hipertensión, unos cuantos kilos de más y otras cosas.



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(Para no dar pistas)

 

Capítulo 12

Anita y su información determinante


A partir de este momento, los cuatros sabuesos nos lanzamos a la investigación como quien se lanza de un avión sin paracaídas, a cuerpo gentil, por no decir a tumba abierta… No esbozamos un programa de actuación, ni nos molestamos en establecer un orden de prioridades, nada de nada. Parecíamos unos posesos, con el único propósito de gritar al mundo ¡lo hemos descubierto! ¡Lo sabemos todo! ¡Eureka! Y no era verdad que ya lo supiéramos todo, lo único que (más que saber intuíamos), era que la verdad estaba ya muy cerca, a la vuelta de la esquina.

Algunos de los pasos que nos acercaron a ella, fueron los siguientes:

Supimos que los Palacio se marcharon de Huesca al poco tiempo de ocurrir la desgracia de su hija. Se fueron a Madrid, ciudad en la que todavía reside su hijo. Y aún mantienen en propiedad la casa en la que vivieron en la capital oscense.

Mucha gente los recuerda todavía y cada uno tiene su versión de los hechos. No entraremos en detalles, solo nos interesa para nuestra historia decir que era una familia acomodada, y que el padre de familia era un rico negociante, con intereses en varios sectores. Eso sí, todas las personas consultadas, nos aconsejaron que acudiéramos para tener información a Anita, una señora que había trabajado con ellos muchos años, hasta que se casó. Ella mejor que nadie, sabía y podría decirnos lo que pasó en aquella familia. 

Decidimos buscar los contactos necesarios para que Anita nos recibiera y, también analizamos con atención, quién de nosotros cuatro tenía más posibilidad de inspirarle confianza y lograr que hablara. Llegamos a la conclusión de que iríamos Joaquín y yo. El por su edad y su conocimiento de aquella sociedad en la que se desarrollaron los hechos, lo que podría ayudar a Anita a recordar situaciones y nombres. Yo, por ser la “víctima” que necesitaba la verdad para salvarse y podría inspirarle lástima. Llegado el día de la esperada entrevista, me vino a buscar a casa Joaquín más pulido de costumbre (¡que ya es!) y por un segundo tuve la sensación de que me invitaba a cenar a la luz de las velas o algo así, pero en un ejercicio de profesionalidad detectivesca, los dos nos pusimos a preparar el encuentro con Anita y estudiar las preguntas clave que debíamos hacerle a la entrevistada, etc. que, desde luego, no nos sirvieron para nada porque fueron otras. 

Anita vivía en una casita de un pueblo pequeño, en los alrededores de Huesca. Aunque Joaquín y yo parecía que pasábamos desapercibidos entre los vecinos que nos encontrábamos en las inmediaciones de su casa, porque no nos miraban directamente, después supimos que habíamos despertado bastante curiosidad con el encuentro y que, por supuesto, todos sabían quiénes éramos y por qué estábamos allí.

Después de tocar el timbre, oímos que nos abrían la puerta desde dentro, y también un ¡adelante!, así es que atravesamos una coloreada persiana hecha de cuentas de madera y nos encontramos directamente en la cocina del domicilio de Anita. Allí estaba ella, menuda y bien arregladita, junto a un sacerdote alto y delgado y, desde luego, mayor que ella, que ya es decir. Nos presentamos y le dimos las gracias por recibirnos. Ella, sonriente, dijo que estaría allí Don Francisco para ayudarla, porque ella a veces se armaba un poco de lío con las fechas y las cosas en general…

Empecé el desbloqueo yo. Les conté quién era, porqué estaba allí, qué me había pasado, cuánto necesitaba saber la verdad y, como habitualmente soy muy llorona, pues lloré. Creo que eso sirvió para ablandarlos y predisponerlos hacia nosotros, aunque Dios sabe que no lo hice a posta.

Anita nos contó que su madre ya había trabajado en casa de los señores Palacio toda la vida, y ella estuvo en aquella casa desde que nació, pues allí se la llevaba su madre para amamantarla mientras trabajaba, con mucho cuidado de que su niña no molestara a nadie y fuera una presencia discreta. Allí, Anita comía lo que comían los hijos de la casa, Mª Jesús y Andresito; jugaba con ellos a lo que ellos jugaban; conocía a las mismas personas que ellos conocían y estaba enterada de las mismas noticias que el resto de la familia. No sería de bien nacida, nos dijo Anita, decir una sola palabra en contra de aquellas personas que le dieron todo lo que necesitó, tanto en la infancia como en la juventud. La trataron como a una hija.Hasta la dote que llevó cuando se casó, se la dieron ellos, no hay más que decir.

Pero cuando uno se va haciendo mayor, continuó Anita, pasas de la diversión de los juegos a los problemas de la vida sin darte cuenta. Y en este momento, hizo una pausa para mirarme fijamente a los ojos, y supe que aquella mirada no se quedaba allí afuera, sino que se me metía por dentro y me miraba el alma. Y hasta allí llegó Anita preguntándose e interrogándome en silencio, si podía abrirme su corazón y contar lo que nunca había contado a nadie. Y parece ser que la respuesta fue que sí, porque entonces, miró a Don Francisco, puso sus manos encima de la mesa, cerró los ojos y empezó su historia.

“La señorita María Jesús, que así me hacía llamarla mamá cuando no estábamos solas, a medida que fue creciendo se convirtió en una chica muy guapa. Como íbamos juntas prácticamente a todas partes, menos las salidas que hacía con sus amigas, pues nadie mejor que yo sabe el interés que despertaba entre los jóvenes y menos jóvenes. A las mujeres también les caía muy bien, porque era amable y simpática y tenía una palabra para todo el mundo, no era nada tímida ni tampoco pretenciosa.

Comprábamos casi todos los comestibles para la casa, en una tienda de ultramarinos que había en la misma calle, “Hnos. Nadal”, según rezaba el rótulo azul marino con letras amarillas que aparecían escritas en la lona que estaba encima de la puerta de la entrada y en el escaparate, y que ocupaba todo el espacio de la fachada. Como el toldo era grande pero la tienda era pequeña, solo trabajaban en ella los dos hermanos, pero nunca estaban ni sus mujeres ni sus hijos, aunque eventualmente, cuando traían género nuevo, se veía a alguno de ellos por allí echándoles una mano para ordenar la mercancía. El mayor de aquellos chavales era Raúl, un chico alto y guapo, que a pesar de que era muy dicharachero, en cuanto veía acercarse por la tienda a María Jesús, se quedaba pasmado.

Bueno, no hace falta que les cuente cómo van estas cosas. El caso es que al final, Raúl y María Jesús se hablaron, se escribieron y se pusieron a pensar en compartir un futuro. La madre de ella algo se barruntaba, y procuraba convencer por las buenas a su hija de que aquella relación no le convenía, pero iba aguantando la situación pensando que ya se les pasaría, sin embargo, cuando aquello llegó a oídos del padre, entonces sí que se armó la marimorena. Se puso como un energúmeno y lanzaba reproches para todos, para su mujer, por haberle ocultado lo que estaba pasando, para mi madre y para mí por lo mismo; para los Hermanos Nadal por existir y, desde luego, para “la tonta” de su hija y para Raúl, en el que concentró todo su odio. La verdad es que para aquél roto no se vislumbraba ningún arreglo, y nadie sabía cómo podían terminar las cosas. Y como las desgracias nunca vienen solas, en medio de este jaleo empezó la guerra del 36.

Cuando a veces pienso en todo aquello, no encuentro explicación a muchas de las cosas que pasaron. Y es que tal y como vivimos ahora, no hay respuestas a muchas preguntas, por ejemplo ¿qué necesidad tenían de hacer lo que hicieron?, ¿Cómo se les ocurrió hacerlo? Pero es que no se pueden comparar las situaciones, entonces todo era inseguridad y miedo, y se iban tomando decisiones que te cambiaban la vida, según lo vivido el día anterior o las últimas noticias de la radio.

El caso es que los hermanos Nadal y su familia, de la noche a la mañana dejaron la tienda y regresaron al pueblo de donde eran originarios, en la misma provincia, pero que en aquellos momentos estaba bajo el mando republicano. Nadie consideró los rumores que apuntaban, a que les habían rescindido el contrato de alquiler de la tienda o que se encontraron con problemas para seguir teniendo el establecimiento abierto... Todo el mundo “bien” al que pertenecía María Jesús, tenía claro que lo de los Nadal fue una elección política porque, nada más hacer el cambio de residencia, todos los chicos de la familia, que hubieran tenido que quedarse a defender la capital ante el asedio de las “hordas marxistas”, resulta que estaban luchando precisamente con ellas.

Para hacer la historia más corta, que me parece que ya me alargo mucho, les diré que María Jesús y Raúl, pese a los kilómetros que pusieron por medio y la situación complicada que se vivía, tuvieron ocasión de verse alguna vez. Aquellos encuentros peligrosos y dramáticos fueron la causa de otro acontecimiento que cambiaría aún más sus vidas, pues ella quedó embarazada. Entonces, fue cuando pensaron que era el momento de tomar una decisión importante que llevaban meditando hacía unos meses: marcharse juntos a alguna parte. ¿Dónde? Igual daba, cualquier sitio podía ser mejor que en el que estaban, aunque también cabía la posibilidad de que fuera peor, pero no había elección. Finalmente, optaron por Francia, donde Raúl tenía familia y confiaban en encontrar ayuda los primeros tiempos.

Se pusieron manos a la obra para prepararlo todo, la salida de casa, a quién se lo dirían, cómo irían, qué llevarían.

María Jesús se confió a su madre, que con todo el dolor del mundo aceptó la decisión de su hija y prometió guardar silencio. Pero, como un secreto que no se comparte crece y crece dentro del pecho y, como una mala hierba absorbe el oxígeno de los pulmones y los estrangula hasta no dejar respirar, al final aquella pobre mujer necesito trasplantarlo a otro lugar, que fue mi madre. Además, la necesitaba, porque no hacía nada sin ella. Desde luego, yo ya lo sabía todo desde el primer momento.

Y aquellas pobres mujeres se pusieron a prepararlo todo. En un par de bolsas de tela, que debía de llevar camufladas bajo su falda repartieron las joyas de la madre de María Jesús, y también las de su abuela materna, y las que le dio la abuela paterna. Y cada una de aquellas piezas guardaba un recuerdo, una historia:

- En este lacito de oro -le decía su madre- le cuelgas a tu hijo, al nietecito mío que no conoceré, la medalla de María Auxiliadora. Y esta medalla de la Virgen del Pilar, póntela tú, para que ella os proteja. Fue un regalo de mi hermano cuando tú naciste. Y esta sortija de la flor con diamantes, guárdala bien, que vale mucho y te puede sacar de apuros. Era de mi suegra, se la compró su marido cuando celebraron los diez años de matrimonio, poco antes de que el pobre hombre se muriera de repente…”.

Hasta llevaban objetos de valor camuflados en los dobladillos de las faldas, en falsos bolsillos...

Llegó el día de marchar, que Mª Jesús y Raúl mantuvieron en secreto, para que la inquietud y la pena de los seres queridos no les traicionara. Bueno, más que día, tendríamos que hablar de noche, porque después de cenar y retirarse a su habitación, María Jesús cogió lo que tenía preparado y salió de casa sin que nadie se enterara.Yo sí que estuve con ella hasta el final -dijo Anita- Aún no puedo pensar en el abrazo que nos dimos sin ponerme a llorar…”.

Y, efectivamente, recordándolo Anita derramó abundantes lágrimas, que se secó con un pañuelito de tela bordado con su inicial. Una vez recobrada la calma, continuó:

- Les he contado todo lo que yo sé. De lo que pasó después, no puedo decirles nada. Oficialmente nunca se supo nada… El padre de Raúl, consiguió un día acercarse a la señora y contarle lo que él sabía. Parece ser, le comentó, que alguien había traicionado a los pobres chicos, pues sabiendo que iban con cosas de valor decidió robarles, aunque para eso tuviera que matarlos. No había que calentarse la sangre pensando si era uno de los de este bando o del contrario, si era rojo o era azul, lo único cierto es que fue un mal nacido, que no merecía respirar sin sufrimiento mientras viviera”.

Joaquín y yo nos miramos. La declaración de Anita encajaba como anillo al dedo con nuestra historia, pero ¿cuál era el nexo?

- Anita -le pregunté cogiéndole las manos- ¿nunca se sospechó de nadie? ¿No se comentó en la familia quién pudo haberlo hecho?

- Pues sí, ¿para qué voy a seguir negándolo a estas alturas?  - contestó decidida. - Fue una sospecha que se le metió en la cabeza a la Sra. Palacio y a mi madre, que se compenetraban tanto que parecía que en vez de dos cerebros tenían sólo uno. Y, la verdad, es que algo de razón no les faltaba.

El caso es que venía mucho por casa la viuda de un maestro, que se había quedado sola con su hijo en Huesca y no tenían ni familia ni a nadie. Era una mujer muy prudente y voluntariosa, siempre dispuesta a ayudar en lo que fuera, y se tenían mucho cariño con mi ama. Por un motivo o por otro también aparecía por allí a menudo Julito, su hijo. Era un chaval educado y parecía responsable, pero era muy reservado y uno no sabía muy bien de que pie cojeaba… Siempre miraba todo con atención, te escuchaba de una manera que parecía que pasabas un examen y sonreía en raras ocasiones. Más que inspirar confianza, inquietaba.

- Cuando estalló la guerra -continuó Anita- no se sabía muy bien si estaba con los unos o con los otros, y esta posibilidad de moverse entre dos aguas y la confianza que le daba a María Jesús el verlo por casa, hizo que se fiara de él cuando Raúl se marchó de Huesca. Les hacía de mensajero. Es por eso que estaba al corriente de todos los planes, él sabía cuándo se iban a escapar, dónde querían ir y con qué pensaban subsistir. Como conocía bien la zona que tenían que atravesar, hasta les sugirió el camino que debían tomar y dónde descansar. El resto vino solo, no se necesita ser muy listo para saber lo que pasó… Para semejante demonio no debió suponer ningún problema sorprenderlos cuando más indefensos estuvieran, acabar con ellos y hacerse con el botín.

- La madre de María Jesús y la mía no estuvieron nunca de acuerdo en darle tanta confianza a Julito -siguió recordando la anciana- bien lo sabe Dios, pero los jóvenes son más confiados y les cuesta entender lo que puede llevar a hacer el dinero. El caso es que, cuando pasó lo que pasó, las dos mujeres no tuvieron ninguna duda de que aquella desgracia fue cosa del chico. Ni tenían pruebas para acusarle de nada, pero cuando lo oían nombrar se les revolvía la sangre. Verlo, ya no le volvieron a ver el pelo por aquella casa, un resto de decencia le debía quedar para no aparecer por allí. La madre sí que iba a visitarlos, pero nunca lo nombraba ¡quién sabe lo que tuvo que sufrir aquella buena mujer! De todos modos, ella también murió al poco tiempo. y fue entonces cuando su hijo se puso de policía ¡así podría estar bien enterado de todo! Y se echó de novia, una chica de un pueblo de por aquí cerca. Ella sí que debió verle el plumero, porque después de algunos años de relaciones, lo dejó plantado de la noche a la mañana”. 

La entrevista con Anita duró bastante más que este relato. Tenía una memoria prodigiosa y parecía un testimonio veraz. Cuando le confesamos que también nosotros creíamos que el inspector Julio Sánchez tenía algo que ver con lo que había pasado en mi caso, nos recomendó que nos moviéramos con cautela, porque era mal enemigo. También nos aconsejó que fuéramos a hablar con los hermanos de Raúl. No sabía si continuaban en el pueblo pero, aunque no quedara ninguno allí, alguien habría que nos podría contar la verdad, al menos, su versión de los hechos.

Y, con un abrazo muy grande entre las dos, terminó aquél encuentro.



LIBRO SIN TÍTULO. 13

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(Para no dar pistas...). 


 Capítulo 13

EL ARMA DEL CRIMEN 


Para no hacer esto más largo que El Quijote, intentaremos resumir un poco, aunque haya que omitir algunos pasos de la investigación.

Después de que un primo de Raúl confirmara la versión de Anita y asegurara que a la familia Palacios, como a ellos mismos, les habían llegado voces, ya desde el primer momento en que ocurrieron los hechos, de que había sido el tal Julio Sánchez quien había salido al encuentro de la pareja, les había robado y, sin lugar a dudas, había acabado con ellos, ya solo nos quedaba un cabo suelto que había que atar cuanto antes. Se trataba de contactar con la novia que tuvo Julito en La Cardelina, que seguramente nos podría aportar datos importantes. Y eso es lo que hicimos.

Lola, la que fue novia de Julio, era hija de Pilar (hermana de Pedro Mur) y Francisco. Se había quedado viuda hacía unos años y vivía con una de sus hijas en La Cardelina. Era una mujer amable que no parecía muy habladora y, a las preguntas que le hacíamos solía contestarnos con una sonrisa o frases como “ya se puede Vd. imaginar”, “Quien lo podía saber” o “Dios mío ¡qué tiempos!”,

Con estas respuestas y pocas más, nos hicimos una idea  de lo que fue su relación con Julio Sánchez, de las humillaciones que ella y su familia tuvieron que aguantar y las faltas de respeto y compasión que tuvieron que sufrir. Una y mil veces aquél don nadie les reprochó la actitud de su tío Pedro, el que vivía en Francia, quien, según él, había matado a una pareja joven que había encontrado en la cabaña que tenían en el campo, y les había robado todo lo que llevaban encima. No se cansaba de repetirles que si la Guardia Civil los dejaba tranquilos era gracias a él, que tenía amigos muy bien “colocados” y hacían la vista gorda sobre muchas cosas. 

A medida que hablábamos Lola se volvió más comunicativa, y nos contó que no fue feliz durante aquellos años de noviazgo con Julito, más bien le tenía miedo, pero cuando las cosas llegaron ya demasiado lejos, sacó fuerzas de donde no las tenía y cortó con él. Y no pacíficamente, porque ella, que nunca le había contradicho en nada, le dijo que si volvía a verlo por su casa lo mataría, eso juró por Dios, aunque mal está invocarlo para esto, nos dijo. Y es que después de no haber recibido mas que atenciones de parte de toda su familia, porque les daba lástima verlo solo, y de haberlo alimentado y hasta vestido como a un hijo, cuando ya empezaron a hablar de casarse, les soltó un día a sus padres que, antes de hacerlo, quería que el tío Pedro le nombrara heredero de todo a él, porque, según decía, era lo más seguro que se podía hacer, ya que Pedro era un fugitivo sin derecho a nada, que mejor haría en no volver nunca por España, si no quería poner en peligro su vida. Además, puntualizaba, los bienes que estuvieran a nombre de la familia directa, bien podían ser requisados.

Mucho nos aportó Lola con todo lo que nos contó, y,  al cabo de un buen rato de charla, Joaquín y yo salimos de su casa con la convicción, clara y cristalina, de que a Julio Sánchez se le vio demasiado el plumero en esta relación, primero culpando a Pedro Mur de las muertes de aquella pareja y, después, intentando quedarse como amo de todas sus propiedades. Y es que, su ambición era tan grande que no se conformaba con la parte que le tocara a su futura mujer, necesitaba hacerse dueño de todo.

En fin, la historia que íbamos descubriendo, cada vez iba cobrando más sentido, pero teníamos un gran problema: aunque la teoría la bordábamos, en la práctica no teníamos nada, estábamos en una nube, sin pruebas, sin testigos, solo manejábamos suposiciones. Teníamos que pasar al ataque.

Al día siguiente, con la autorización de Pilar, nos fuimos los cuatro justicieros (nunca se cómo denominarnos) a visitar la cabaña famosa.

Era una construcción muy curiosa. Aprovechaba un desnivel del terreno para aparecer completamente camuflada, pues en su parte superior, digamos donde tendría que estar el tejado, había abundante vegetación de matas y matorrales. Vista de frente, en el lado derecho, tenía una puerta rectangular no muy grande, y en medio de la fachada había una abertura circular pequeña, que hacía de ventanuco. Toda la construcción estaba metida dentro del terraplén y por los lados de la citada fachada había una pared bien construida, de las que se hacen para separar las propiedades, pero con un sillarejo propio de obras más importantes. Su función primordial era la de servir de contención. De todos modos, la pared no tendría más de cinco metros de largo.

Al entrar en aquel recinto, estábamos un poco sobrecogidos. La cabaña era de planta cuadrada, más o menos, y allí se distinguía un lugar donde hacer el fuego y una especie de banco ancho de piedra, que además de para sentarse debía servir de lecho. Después de examinarla minuciosamente con la mirada, y tocando con la mano alguna piedra que nos parecía que se iba a mover (para ver si estaba allí debajo el tesoro oculto), nos sentamos en aquellos pétreos asientos para reflexionar in situ, ¡no se nos podía escapar nada! Y la penumbra que reinaba en el lugar, solo rota por la luz del ventanuco y la que permitía entrar la puerta abierta, invitaban a la reflexión.

Al cabo de un rato de estar allí en silencio, Javier habló:

- Yo creo que tendríamos que intentar recrear la escena del crimen, ponernos en el lugar de aquellos jóvenes y del asesino que los trajo hasta aquí, quizás entre tanta fantasía surja la verdad.

- Buena idea, Javier -dije yo- y si queréis, empiezo ya con una hipótesis. Veamos, aquellos jóvenes vinieron hasta aquí con el que les traicionó, porque si no los traía él, no es un lugar fácil de encontrar, y menos si está obscuro. Entrarían aquí dentro, y se acomodarían en el banco para tumbarse y pasar la noche. Quizás aquí mismo donde estoy sentada, que parece más ancho… Se quedaron tranquilos, dentro de lo que cabe, dejaron sus bultos, quizás comieron algo… El asesino no se fue lejos, no iba a irse y volver. Cuando lo estimó conveniente, entró y los mató, sin mediar palabra. Buscó entre sus cosas, en medio de la obscuridad, lo que él quería, dinero y joyas y, cuando tuvo lo que pretendía, sin entretenerse mucho, porque era un cobarde, salió corriendo. No se tomó la molestia de esconder los cadáveres, porque aquellos días podía haberlos matado cualquiera ¡que importaba que los encontraran aquí dentro o en otro lugar!

- Sí, eso parece razonable -continuó Javier- aunque, pasado un tiempo, el ladrón y asesino quizás se enterase de que aquél botín que él había robado no era todo lo que los jóvenes llevaban, y volvió al lugar de los hechos a ver si los cuerpos todavía seguían allí, al fin y al cabo no había oído ningún comentario sobre ese asunto, parecía que nadie se había enterado. Pero, los cuerpos no estaban ¿quién los habría cogido?

- Los cogió y los escondió la misma persona que encontró el resto del botín -intervino Pedro- A esa persona sí que le interesaba deshacerse de los cadáveres, porque podían vincularlo con ellos, y como no quería tener nada que ver con el asunto, se vio en la necesidad de hacerlos desaparecer de aquél escenario… Pero ¿quién los encontró? ¿Quién….?

- Eso está claro, -interrumpió Javier- ¡Fue Pedro Mur! El vino aquí, por algún trabajo de la finca y se encontró el espectáculo. Miró los cuerpos para ver si los reconocía y, ¿qué ve? Una de las bolsas con joyas que el ladrón no encontró, presa de sus nervios y por la obscuridad que reinaba. Así es que Pedro agarra el botín y se dispone a marchar, cuando se da cuenta que tiene que enterrar los cadáveres, para que no puedan relacionarlo con el crimen. A los pocos días, no aguanta la presión, le entra el pánico, y se escapa a Francia, con las joyas, claro.

-Hasta aquí, todo tiene sentido, parece razonable -musitó Joaquín a media voz- pero, antes de seguir adelante y, ya que estamos aquí, tendríamos que concentrarnos en descubrir dónde enterró a los jóvenes. Necesitamos pruebas.

- ¿Cómo vamos a saber dónde estaban si los han encontrado en el garaje de Teresa? -gritó un poco desesperado Javier.

- Un hueco habrán dejado. Vamos a inspeccionar. Pongamos 15 minutos de máxima atención, cada uno por separado. La cabaña no es muy grande.

- Y ¿por qué tenían que estar aquí dentro? -se me ocurrió preguntar- igual los dejó fuera...

- Buena idea -afirmó Joaquín- aunque nos complica bastante la búsqueda. De todos modos, ¡venga! ¡Adelante! Empecemos por dentro y después continuaremos fuera. Algo encontraremos.

- Yo no creo que haga falta mirar por toda la finca  -me animé a decir- creo que Pedro Mur, en su testamento, delimitaba bien el área donde los dejó “entre las higueras y la cabana”.

Salimos los cuatro precipitadamente al exterior y nos lanzamos a buscar higueras, lo que fue tarea fácil y rápida, pues solo había dos: una a cada lado de la cabaña, como a tres o cuatro metros de distancia, pegadas las dos a la pared de piedras que separaba y contenía la finca vecina.

Después de haber mirado por dentro de la cabaña y tocoteando en el exterior toda la tierra que separaba las higueras de la construcción, se oyó un grito de Pedro:

- ¡Aquí! ¡Estaban aquí! Seguro que sí ¡estaban aquí!

Vimos estupefactos que una especie de plancha de piedra o yesca gigante, estaba apoyada en la pared de piedras. Puesta verticalmente y bien encajada, daba la sensación de ser una piedra enorme y pesadísima, pero una vez que se retiraba de su lugar era solamente una gran lámina de poco espesor. El hueco que quedaba en el interior de la pared, desde luego, permitía introducir dos cuerpos. Al estar prácticamente entre la higuera y el muro, no llamaba la atención ni despertaba ninguna sospecha.

Pedro estaba eufórico y pasaba la mano repetidamente de un lado a otro por aquella oquedad buscando no se sabe qué, cuando de repente volvió a lanzar otro grito:

- ¡Tengo algo! ¡Tengo algo!

Nos lanzamos todos alrededor de su mano, a ver qué era lo que había descubierto, y nos emocionó constatar que era una medalla de la Virgen del Pilar, probablemente aquella que la madre de María Jesús les dio para que les protegiera, y que cosió en los dobladillos de la falda, antes de que se marchara de casa.

Llegados a este punto, y como ya anochecía, decidimos irnos todos juntos un momento a mi casa. Teníamos que poner orden a los acontecimientos y trazar el plan de ataque final. Nada más aparcar el coche de Pedro, en el que viajábamos los cuatro, delante de casa, salió de la suya Marisa, la mujer de Pedro, con una señora que me parecía conocida. Venían hacia nosotros. Mientras repasaba mentalmente donde había visto yo aquella cara, oíamos decir a Javier:

- ¡Ostras! ¡Es la hija de Pilar!

Efectivamente, era ella. Después de las frases convencionales en estos casos, pasamos al salón de casa y nos quedamos con el corazón encogido, esperando lo que nos tenía que decir nuestra visitante.

- Deben estar extrañados de verme aquí ¿verdad? El caso es que cuando estuvieron ayer a ver a mi madre, después de que Vdes. se marcharan, me dijo que quizás les ayudaría en su investigación ver una cosa que le dio su hermano Pedro, antes de irse a Francia. Le contó que era algo que había encontrado en la cabaña, junto con otras cosas que no podía decirle, y le pedía que guardara aquello muy escondido, para que nadie pudiera encontrarlo, porque era una prueba tan importante, que a lo mejor dependía de ella un día su vida. -Entonces, la mujer empezó la maniobra de coger su bolso, abrirlo y buscar dentro, mientras todos estábamos con el alma en vilo.

-La verdad es que -continuó en el mismo tono- mamá guardó bien el secreto porque a pesar de que pasaron temporadas un poco peleados con su hermano, nunca mencionó nada de esto a nadie, ni a mi padre. Anoche lo busqué en la cuadra, donde ella me explicó que lo guardaba, y ¡aquí tienen lo que Pedro encontró en la cabaña! No he querido tocarlo, no fuera a “destruir alguna prueba” añadió casi en broma, vista la expectación que despertaban sus palabras.

Dentro de una bolsa de plástico, había unos pedazos de papel de periódico envolviendo una gran navaja manchada. El periódico era de junio del 38. Aquello era un sueño, bueno, más de lo que podíamos haber soñado. Nos pusimos de pie y casi todos llorábamos, hasta la hija de Lola se emocionó. Aquél cuchillo de cazador tenía toda la apariencia de ser el arma del crimen, y se podía demostrar.

Sin importarnos que estuviera ella allí delante, lanzamos al aire nuevas hipótesis.

- Seguramente -dijo Joaquín- cuando el asesino se puso a buscar el botín sobre los cuerpos de sus víctimas y entre sus bultos, perdió el cuchillo, y en aquél momento no se dio cuenta. Más tarde, reflexionó sobre ello y comprendió la gravedad de la situación. Volvió varias veces al lugar del crimen, pero no supo encontrar ni los cadáveres ni el arma homicida, por eso necesitaba estar cerca del lugar de los hechos, para controlar todo lo que pasaba: nadie más que él debía saber lo que pasó, en eso le iba la vida.

 

Novela por entregas-14. SIN TÍTULO

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 (para no dar pistas...).


Capítulo 14. Final

DISOLUCIÓN. RESOLUCIÓN: CONCLUSIÓN


Llegados a ese punto, justo era reconocer que habíamos descubierto muchas cosas, algunas muy importantes, pero seguíamos sin tener los elementos suficientes, que nos permitieran hilvanar el caso en su totalidad de un modo coherente, y encontrar las explicaciones necesarias, para tantas dudas como aún teníamos.

Para la historia de los dos esqueletos, bueno, lo que quedaba de ellos, podíamos demostrar ya que Pedro Mur encontró los cadáveres en la cabaña; que les dio sepultura, o casi habría decir que los empaló, pues los puso entre las piedras de un muro; que pilló una bolsa con joyas que llevaban y que encontró el arma con el que fueron asesinados. También se podría demostrar que el arma encontrada la utilizó Julio Sánchez para darles muerte (había restos de sangre que permitirían la identificación gracias al ADN) y no faltarían testimonios que hablaran de la conducta sospechosa de este sujeto, vinculándolo con el caso. Pero ¿y la continuación de esta historia? ¿Qué es lo que unía esa parte del crimen de la pareja con la muerte de los dos franceses?

A pesar de las diferencias de todo tipo que había entre nosotros, nuestro pequeño grupo de investigadores se había convertido ya en cuatro verdaderos amigos. En la trascendente reunión que celebramos Joaquín, Javier, Pedro y yo misma, en plena sintonía de cordura, decidimos que el caso ya nos desbordaba, que estábamos física y anímicamente exhaustos y que se nos habían agotado las ideas. Reconocimos que hasta allí habíamos llegado, y que era mucho, pero que, a partir de ese momento, necesitábamos dejar el asunto en manos de personas profesionales y expertas. Nosotros no podíamos hacer nada más, y queríamos volver a nuestra vida normal.

Era evidente, que la nueva fase de investigación debía empezarse conociendo con exactitud, cuál fue la relación de Sánchez con Tony Lemonier. Probablemente, el joven pidió por internet alguna información relacionada con la genealogía de los Mur en la Cardelina, y el comisario, al verlo interesado en "su" tema, sospechó que como nieto de Pedro Mur que era, el muchacho lo que pretendía era conocer la historia familiar pensando en la cuestión económica. El cargo de policía, y el  saberlo conocedor de todas las vicisitudes de su familia, habrían sido determinantes para que Sánchez infundiera confianza en el joven, y quedaran para encontrarse, cuando Tony y Fátima visitasen la zona. 

A partir de ahora, en la nueva etapa que se abría, policías eficientes podrían rastrear las llamadas o los mensajes electrónicos que se intercambiaron, los franceses con el comisario. Y, pese a las precauciones que tomó Sánchez para que no los vieran juntos (como hacerles aparcar el coche en la ermita, abandonarlo allí con todo el equipaje...),  seguro que alguna manera se encontraría de demostrar que estuvieron en contacto. 

Los motivos que llevaron a Sánchez a transportar los esqueletos a mi casa, posteriormente, y acabar con la vida de la joven pareja, eran completamente desconocidos para nosotros. O, quizás fueron ellos, Tony y Fátima quienes, buscando el tesoro (también conocían la cláusula testamentaria que hablaba de la higuera) encontraron los esqueletos, y pretendieron llevar el asunto de una forma que a Sánchez  no le convenía. 

Bien pudo suceder, que los jóvenes quisieran avisar a la policía y como él no quería hacerlo, trató de impedírselo... Sobre la marcha, y viendo el cariz que tomaban las cosas, seguramente a Sánchez se le ocurriría deshacerse definitivamente de esa pareja de jóvenes tan entrometidos y, para eso, hacía falta encontrar un lugar discreto, lejos de las miradas de la gente. Mientras conducía, sin saber dónde ir exactamente, se topó con la señal de tráfico que indicaba una salda a la derecha, y el nombre de "Urbanización la Sierra".  Recordó que, siempre que visitaba esos parajes, se extrañaba de que hubiera familias que eligieran vivir tan alejadas de la ciudad, tan aisladas.

Como un autómata, puso el intermitente del coche para girar a la derecha, y se adentró con decisión en la cuadrícula de calles paralelas y verticales, mientras procuraba sostener una conversación amena con los jóvenes, para que no sospecharan nada. Instintivamente se dirigió al final de una de las calles, probablemente por pura inercia, porque era un camino que ya había tomado en otras ocasiones, cuando iba a visitar a un viejo conocido de La Cardelina, Pedro Mur. 

Allí, delante de la entrada del parking de una de las dos últimas casas que se veían cerradas y sin ninguna luz en el interior, paró el coche pensando que era la casa de Pedro, pero se equivocó, porque era mi casa. Ya era demasiado tarde para rectificar la maniobra, así es que les pidió a los pasajeros que esperaran un momento en el coche, mientras iba a abrir la puerta del garaje por dentro, ya que no encontraba la llave que llevaba en el coche (les dijo).

Julio Sánchez se dirigió a la puerta principal y allí, con su habilidad y los instrumentos adecuados que siempre llevaba encima, consiguió abrir la puerta, entrar y abrir la del garaje desde el interior. A continuación metió el coche, con los pasajeros dentro, y cerró la puerta. Para entonces, Tony y Fátima ya habían empezado a inquietarse. Estaban muy desconcertados con el comportamiento del inspector, pero lo que acabó de inquietarlos, fue la orden que les dio Sánchez, una vez dentro de la casa y ya sin consideración alguna, de que sacaran los huesos del maletero y los dejaran allí en el suelo. Fue al ver el trato que se daba a aquellos restos humanos, ridículamente envueltos en una toalla de baño tirada sobre el cemento, cuando sin mediar palabra, solamente con las miradas, los dos jóvenes decidieron buscar una escapatoria.

Al salir del garaje, hacia el interior de la vivienda, vieron a través de una puerta semiabierta un cuarto con una lavadora, una secadora, etc. y sin pensarlo dos veces, se precipitaron al interior con la intención de cerrar la puerta y poder pedir auxilio. Pero no tuvieron tiempo, Julio Sánchez irrumpió en la estancia provisto de una plancha antigua de hierro, que había encontrado en el garaje, y acabó con ellos.

El asesino cerró la puerta del cuarto de la lavadora, abrió la del parking, sacó el coche de allí dentro y volvió a cerrar la puerta del parking. A pocos metros de allí se cruzó con un vehículo, el mío, que se dirigía a aquella casa, la mía.

Por cierto... esa es una pregunta que jamás me hicieron en los interrogatorios: si aquella noche, al regresar a casa, había visto u oído algún coche circulando por la urbanización... 


EPÍLOGO


¡Que fácil es cometer errores! Afortunadamente. Y ahora veréis por qué lo digo.

Julio Sánchez era calculador, listo, frío… pero no tanto. Cuando se deshizo de los dos jóvenes en el cuarto de lavar de mi casa, evidentemente pensó en coger sus teléfonos móviles, pues en ellos estaban registrados algunos mensajes que le podían involucrar. Incluso habría fotos, pues había visto como Tony Lemonier tomaba instantáneas de la cabaña. También vio como Fátima les hacía fotos a los dos, desde lejos, pero, tan lejos, que el comisario no advirtió que Fátima no hizo las fotos con su móvil, sino con una pequeña cámara digital.

Pasaron un par de meses, ya era octubre, cuando vinieron a pasar unos días conmigo mi hija con su familia. Como hay que hacer muchas cosas para entretener a una criatura de siete años, un día extendimos en el garaje una mesa de ping-pong que guardaba desde hacía años, en la que habían jugado mis hijos cuando eran pequeños. Nos pusimos a pelotear un rato y las pelotas volaban en todos los sentidos, para arriba, para abajo y de un lado a otro, y cuanto más tontamente jugábamos más nos reíamos. En un momento determinado, una pelota se metió debajo de una estantería de metal que había allí, y no la podíamos recuperar. Entonces, mi nieto, de ideas rápidas, vio un palo largo de una escoba, lo pilló y se puso a hurgar debajo de la estantería a ver si salía de una vez la pelota. Después de dos o tres intentonas, ¡SORPRESA! la pelota salió junto a una bolsa de plástico vacía, algún folleto turístico y un pequeño estuche. Cuando lo examinamos, vimos que era una cámara digital NIKON Cool, muy pequeña de tamaño.

- ¿Qué es eso? -pregunté- si parece una máquina de fotografiar.

- Mira que ordenada es la yaya -se reían todos, tomándome el pelo.

Entonces, se me ocurrió mirar las fotos que había en la máquina, para saber de quién era el aparato y ¡oh, cielos! ¿qué veo? Allí estaban Tony Lemonier con Julio Sánchez examinando la cabaña, mirando las higueras, intentando mover las grandes piedras de la pared de contención, descubriendo una cavidad vacía tras una de las losas, etc. etc. un reportaje completo.

¿Qué había pasado? Probablemente, cuando Tony y Fátima llegaron al garaje de mi casa en el coche de Sánchez, con la macabra carga, al bajar del coche se le cayó a ella la cámara, y resbaló debajo de la estantería. Con los nervios del momento, la joven ni vio ni oyó que se le cayera nada y mucho menos que desapareciera allí debajo. O fueron ellos mismos, Tony o Fátima, los que tuvieron la intuición de salvar aquellas pruebas y, disimuladamente, le dieron una patada a la bolsa para meterla debajo de aquella gran estantería. Parecía increíble que después de tanto haber examinado el garaje, la policía no hubiera descubierto esos objetos. Pero, allí estaban. Quizás influyó, que la estantería metálica estaba en el lado opuesto al que se encontraron los esqueletos, y eso hizo que descuidaran la búsqueda por allí. 

El resto de la historia no hace falta contarla, se puede imaginar. Y la alegría de mis compañeros detectives, indescriptible. Ahora nos reunimos a veces para recordar nuestra aventura y nos hemos prometido que, cada año, el mismo día que hicimos el gran hallazgo, nos juntaremos para comer o cenar.

Por cierto, que ahora ya puedo poner título a esta narración, porque ya no os descubrirá nada que no sepáis. ¿Cuál os gusta más? Tomaros vuestro tiempo y

pensadlo, no tengo prisa. Podría ser:

1. La Nikon Kool

2. Error fatal (el de Sánchez)

3. Casi todo tiene una explicación.



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