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Channel: El blog de Campo (Huesca)
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Aquellas Navidades

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De hace solo unos años…



Hoy vamos a recordar las Navidades de los años 60, al fin y al cabo también forman parte de la historia (con minúscula) reciente del pueblo. Y contaré cómo la vivíamos nosotros, en casa, que es lo que sé.
Para la cena de Nochebuena nos reuníamos toda la familia y también aquellos amigos que estaban solos y no tenían con quien estar. Como el comedor de mi casa era más bien pequeño y los comensales numerosos, no había sitio para el árbol de Navidad, así es que mi madre, mujer ingeniosa donde las haya habido, ideó una decoración muy especial, espectacular y funcional. 
La lámpara del comedor era de madera, con seis u ocho brazos, no me acuerdo. De cada brazo salían dos o tres cintas de espumillón de colores que iban dirigidas cada una de ellas a un plato, encima del cual, y atado por la susodicha cinta, había un regalo. Antes de la cena, todos a la vez abríamos nuestro regalo, con gritos y aspavientos mostrándonos lo más felices posibles, aunque, Dios lo sabe, aquellos regalos no  eran un gran qué, y es que el Papá Noel se abastecía en el pueblo, y no había mucho surtido donde elegir; una botella de anís El Mono para yayo Daniel, una baraja española para yayo Juan, una botellita de colonia por aquí, unos pañuelos por allá...
Después cenábamos lo que había preparado mi madre, nada especialmente navideño, porque a mi padre no le gustaba ni el cardo (que era lo típico) ni el pescado al horno, así es que tomábamos sopa, cordero con acompañamiento, etc. y los turrones, orejones, almendras y nueces de rigor, con el vinito dulce.
A las doce menos cuarto de la noche, los jóvenes de la familia nos abrigábamos bien y nos íbamos a la misa del Gallo. Y al salir de la misa, después de haber adorado al Niño y cantado el "Ro mi niño, ro", "Entre las tablas la nieve caía",  etc. pues nos acercábamos por casa para dar un beso a los padres y demás familiares y amigos que seguían en animada tertulia. Luego, íbamos a la plaza a calentarnos a la fogata, y a reírnos de cualquier cosa con los amigos. 
El día de Navidad volvíamos a ir a misa, porque era muy bonita y además así podíamos comulgar (con la cena de Nochebuena no habíamos respetado el ayuno necesario para poder comulgar en la misa del Gallo). Además, todo hay que decirlo, era buen momento para arreglarse lo mejor posible, ver a "todo el mundo" y disfrutar del ambiente festivo.
A continuación se iba a tomar el vermut con los amigos y después se hacía la comida con la familia. La sobremesa no era muy larga, porque creo que era a las 5 cuando comenzaba la sesión de cine, y había que llegar pronto para pillar buen sitio. De eso nos encargábamos la "juventud" de la casa, pues éramos los primeros en llegar, apoderarnos de las butacas que estaban libres, sentarnos y repartir prendas de abrigo a diestro y siniestro sobre los asientos, para que se supiera que estaban reservados y esperar allí, defendiendo la posesión, hasta que llegaran nuestros padres, tíos, etc. que se acomodaban mientras salíamos pitando a coger sitio para nosotros, en los bancos de madera que estaban delante de todo...  No era una operación fácil. ¿Cuál era el criterio que se tenía en consideración para saber si habíamos hecho bien nuestro encargo? desde luego, no era si las butacas estaban cerca o lejos de la pantalla o del altavoz del sonido, o en medio o al principio de la fila, sino que lo que se valoraba era la distancia que había entre el asiento y la estufa, pues solo había una para todo el local (pero que una! ¡parecía una locomotora!) y la felicidad de aquella tarde podía depender de si te llegaba su cálido aliento o no.

Terminada la película, y mientras los responsables del cine retiraban las butacas de madera y preparaban la pista de baile, nosotros íbamos a toda velocidad a casa a merendar, darnos un retoque y a volver al salón, donde empezaba la sesión de baile con orquesta, hasta la hora de cenar. Luego, se repetía la jugada: casa, cena, retoque y vuelta al baile, hasta las 2 ó las 3 de la mañana, pues nos marchábamos prácticamente todas las amigas juntas, lo más tarde posible.
¡Cómo se añora aquél buen ambiente y aquella animación, compartiendo todos aquellos buenos momentos en familia!   
En medio de tanto jolgorio y fiesta, la gente de Campo no olvidaba a los vecinos que no tenían muchos motivos de celebración y, con discreción y generosidad, se establecía un tráfico de platos con algunos canelones, un poco de gallina, tres o cuatro huevos, algún dulce hecho en casa, una botellita de vino rancio, etc. que eran recibidos con reconocimiento y cariño por los que lo necesitaban, con el mismo afecto que se les había ofrecido. Costumbres de pueblo. 



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